Este asunto de Wikileaks y sus andanadas de filtraciones ha sido una decepción. Hasta ahora es mucho más el ruido que las nueces. De las filtraciones conocidas y difundidas por ese sitio, Vaticano del hociconeo con ropaje de "transparencia y democracia", aún no aparece nada que ya no adivináramos y en todo caso no fuera básicamente trivial, salvo por el colorido del lenguaje y el hecho que ni siquiera esas trivialidades de pie plano son permitidas en el ámbito de la diplomacia, Shangri La del eufemismo y la hipocresía convertida en honorable profesión.
¿Acaso no imaginábamos o no sabíamos que en Rusia gobierna una casta de ex miembros del aparatchik, comerciantes dudosos y pistoleros reclutados entre los ex Spetnatz? ¿O no podíamos imaginarnos que, cubiertos por la falsa protección de una privacidad electrónica, la cual ya no existe, los embajadores se dan sus gustitos cuando describen a los energúmenos que tratan? Y esos son los primeros trascendidos, los más sonados, los que la prensa ha escogido con pinza para hacer su negocio.
Poco puede esperarse de los cien o doscientos mil restantes. Tal vez ahí por el trascendido número cincuenta mil nos informen que Camilo Escalona es rabioso porque sufre de almorranas; lo habría emaileado un proctólogo a cuyas manos el famoso político estaría entregando su intimidad. Quizás eso también inspire una comisión investigadora. O en una de esas Bush ha vuelto al frasco y cada noche se va a la cama dando zigzags.
Claro que hay ciudadanos para quienes todo esto es sorprendente. Escandalizados, comentan cuán falsos, mentirosos e hipócritas son los políticos que primero se dan la mano y luego se acuchillan por la espalda. Han olvidado que aun en las esferas más modestas, donde vive la gente de a pie, la distancia entre lo que se dice en público y lo que se murmura en privado es abismal.
Podría establecerse como principio de hierro que la verdad rara vez, si acaso alguna vez, es producto de comercialización abierta en el mercado formal. ¡Ay si nuestros amigos supieran lo que decimos de ellos cuando no están presentes!
Entre esos cándidos nos sentimos en el deber de incluir al llamado "círculo íntimo" de la ex presidenta, el cual se apresuró en desmentir "enérgicamente" las versiones acerca de qué pensaba ella de Cristina Fernández. Un vespertino tituló eso a gritos la semana pasada.
Pues bien, ha bastado ese indignado rechazo para que ahora estemos seguros de que ella dijo lo que el informe de Valenzuela dijo que dijo. Y además, ¿qué tanto era? Cristina es una gran mujer, pero tal vez no tan reposada. ¿Se espera acaso que ya en la privacidad - la presunta privacidad- los mandatarios o quien sea sigan hablando con el diccionario de las inanidades de la jerga diplomática?
Todo esto parece trivial, pero quizás no lo es tanto. Entre cámaras ocultas, micrófonos escondidos, trazas y huellas de mails y otros mensajes por Internet, no hay ya escondrijo adonde uno pueda meterse para soltar un eructo en paz.
Hay quienes celebran todo esto con alborozo. Sé de comunicadores desde siempre montados en la cabalgadura de bronce de la transparencia y la probidad y con pretensiones de vocería de la verdad y los más altos principios, que lo encuentran maravilloso; viene una nueva civilización, dicen, donde ya no podrá mentirse a la gente y no podrán ocultarse las villanías. Absurdo.
Sencillamente, dada la contextura de la raza humana, no solo el gobernar sino además ninguna otra actividad, aun la más humilde, puede desempeñarse con cierto grado de relativa paz y armonía si no dispone de vastas áreas de oscuridad y silencio. La verdad pura, expuesta a la luz del día, nos hace tanto daño como a un pez de las profundidades el salir a la superficie.
Por lo demás, téngase presente: lo verdaderamente importante que haya de guardarse en secreto y las decisiones a menudo cabronas que nos competen seguirán siendo manejadas desde la oscuridad y la impunidad, como siempre.
12.04.2010
Publicado en La Tercera, sábado 04/12/2010
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