Tras dos discos aclamados por la prensa especializada, los canadienses acaban de lanzar su esperadísimo tercer álbum, el conceptual "The suburbs": una reflexión sobre la vida en los márgenes de las grandes ciudades, o más generalmente, sobre los problemas que la modernidad nos impone.
En lo musical, nada nuevo bajo el sol: la banda de Win Butler reproduce en The suburbs los clichés teatrales que tantos réditos le dieron hasta aquí. Por esa pomposidad es que tantos pretenden ver en Arcade Fire una banda de rock que se toma a sí misma seriamente, lejos de las fluctuaciones "superficiales" de la producción musical propia de la "era internet". Pero sin querer ir tan lejos, ese barroqusimo habla- a esta altura- de un rasgo de estilo de los AF: una pomposidad que sofoca su música, creando un halo de (falsa) profundidad que oculta, muchas veces, la notable falta de sustancia (armónica, compositiva) de sus canciones.
Si bien el tema que da nombre al disco intenta deslizarse a terrenos más pop y livianos, los mismos defectos de siempre empiezan a recargar la escucha a la altura de "Modern man" y "Rococo". La sumatoria de cuerdas a la voz dramática de Butler resulta repetitiva y los crescendos orquestales cansan -como siempre- después de un rato.
Sin embargo, hay que reconocer que el grupo suele encontrar - cada tanto- algún tesoro en los márgenes, buceando en el arreglo o el ataque sorpresivo de sus temas. Esa búsqueda los hace producir dos o tres buenos momentos por álbum, y en este caso sobresalen la energética "Empty room", la bella "We used to wait" o los aires synth pop de "Sprawl II (mountains beyond mountains)". Pequeños oasis de música donde el grupo se olvida de querer sonar- todo el tiempo- mesiánico e imponente.
Por lo demás, las reviews blogueras y en medios especializados son apabullantemente favorables y ya colocan a The suburbs entre los mejores discos del año.