Vaya, vaya, quizá convendría revisar los programas y manuales de ética que sitúan la libertad como el fundamento de la moral. Porque cabe pensar que la libertad, entendida como la capacidad de elegir una opción entre varias posibilidades, no sea el fundamento de la moralidad ni por ello deba consistir en el objeto primero de la reflexión ética. Quizá, después de todo, nuestra libertad no sea algo absoluto, en sí mismo, sino algo relativo, supeditado a una capacidad anterior. En este sentido, algunas propuestas actuales advierten que la libertad precisa del fenómeno de la atención, por el cual el mundo se nos hace presente de múltiples y multiformes maneras. Fruto de esta atención, el mundo se nos abre de una manera distinta, ofreciéndonos posibilidades que habían permanecido hasta el momento invisibles, y sobre las cuales ya podemos actuar conforme a nuestro proyecto de ser. Claro que no podría existir la atención si no tuviéramos un firme propósito de ser algo determinado. Dicen que el primer síntoma de la depresión, de esa enfermedad que enfría el deseo y vuelve al hombre inhábil para la realización de cualquier proyecto, grande o pequeño, es la pérdida de la atención. Por tanto, aquí se cumple eso de que no queremos porque somos libres, sino que somos libres porque queremos.