Revoloteo interior

Por David Porcel

En esta mañana de lunes, sin vosotros, pero llenándome de nuevos estímulos para el próximo curso, releo una obrita muy recomendable de Friedrich Nietzsche, titulada Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. En unas pocas páginas, amables además, Nietzsche, cuyo nombre aprenderéis a escribir sin titubear, evidencia la naturaleza vanidosa y engreída del ser humano, que lo ha llevado a construir toda una tradición de pensamiento -esa que se inicia con Sócrates y Platón- basada en la presunción de que la realidad está ahí para ser conocida y dispuesta para ser transformada. Es la misma presunción que muestran Adán y Eva cuando ya han comido del fruto del conocimiento del bien y del mal, y que les lleva a pensar -ilusamente- que pueden y deben esconderse de los ojos de Dios. Es la soberbia cegadora y engañadora. Diríamos que hemos comido de un veneno que ha inflado nuestro ego hasta no poder ver más allá de él. ¿Será que el fruto del conocimiento del bien y del mal nos engañó hasta tal punto de crearnos una sensación permanente e insustituible de ser el centro del universo, queriendo incluso ver a Dios como aquel de quien ahora debemos escondernos?

“Este arte de la ficción llega a su cima en el ser humano: aquí el engaño, la adulación, la mentira y el fraude, las habladurías, la hipocresía, el vivir de lustres heredados, el enmascaramiento, el convencionalismo encubridor, el teatro ante los demás y ante uno mismo, en una palabra, el revoloteo incesante en torno a la llamada de la vanidad es hasta tal punto la regla y la ley, que casi no hay nada más inconcebible que el modo en el que haya podido introducirse entre los hombres un impulso sincero y puro hacia la verdad (...) En realidad, ¡qué sabe de sí mismo el hombre! ¿Sería capaz de percibirse por completo, aunque sólo fuese por una vez, tendido como en una vitrina iluminada? ¡Acaso no le oculta la naturaleza la mayor parte de las cosas, incluso sobre su propio cuerpo, para así, al margen de las circunvoluciones de los intestinos, del rápido flujo de las corrientes sanguíneas y de los intrincados estremecimientos de sus fibras, recluirle y encerrarle en una conciencia orgullosa y embaucadora!”