Revolución. Cap. 3
Publicado el 09 julio 2019 por Carlosgu82
Caminaba por los pasillos en dirección a su pequeño rincón, porque llamarlo camerino era una exageración, cuando no había espacio ni para un armario.
— Buen trabajo, pequeño pichoncito. Esta noche el jefe está contento gracias a ti, así que nos dejará tranquilas a las demás, por lo menos un rato.- Dijo una chica de pelo negro y recogido como esos peinados de profesoras y que junto a sus gafas de pasta negra le daban una sensación respeto, si no se tenía en cuenta la bata de Hello kitty que llevaba encima. Esta le sonrió y antes de que desapareciera la morena por el escenario le dio un pequeño codazo antes de hablar. — Vete a descansar que ya te toca.
— Gracias, Marceline, así haré en cuanto me cambie. – Dejó que esta se marchara para volver a caminar hasta llegar al guardarropa que tenía como cuarto.
Al llegar cerró la puerta y empezó a deshacerse de la ropa tan incomoda que había tenido que llevar en sus funciones ante el público. Sí, eran muy sexys los conjuntos pero era horrible bailar con ellos, pero así era su vida.
Después de varios minutos ya se encontraba con unos pitillos negros y una camiseta suelta con un donuts por logo. Sólo le faltaba una cosa y podría marcharse … ¡Pi, pi, piiiii! Ahí estaba la alarga que le recordaba cada cuanto debía cambiarse las lentillas que solía usar, aunque la mayoría de veces ni necesitaba hacerlo porque ellas mismas se deshacían con la química de su propio cuerpo, de ahí que usase aquellas máscaras para ocultar sus ojos. Esos ojos que cada vez que se miraba al espejo le recordaban que no pertenecía a ese lugar, que era una extraña entre humanos, pues estos tenían «normalmente» un color anti naturalmente amarillentos, mientras que en los bordes del iris eran de un azul neón, eso sin contar cuando se enfadaba entonces parecía un faro con patas… Literalmente.
— No deberías esconder lo que te hace tan especial,Oxana. – De pronto a su espalda escuchó una voz varonil, bastante grave, la cual le causó un leve escalofrío sobretodo cuando recordaba que había cerrado la puerta con pestillo. Uno de los pocos lujos que tenía ese cuarto, claro está.
Giró su rostro hacía el tipo, aún con sus iris chispeando aquel amarillo tan poco sutil en una persona normal.
El hombre era bastante alto y se notaba musculoso o al menos eso se podía deducir bajos la camiseta de estilo militar que llevaba. Su rostro era de alguien experimentado en la vida y con bastantes más años que ella sobre su espalda, pero lo que captó en primer lugar fueron aquellos ojos, los mismo que había visto un par de veces en las noticias donde lo llamaban Terrorista, es quien voló la Gran Torre. Su mente fue más rápida para relacionar a aquel sujeto con aquellos atentados que se habían cobrado la vida de bastantes humanos aquel día.
¿Pero que había hecho a parar ahí? ¿Cómo sabía su nombre? Ella nunca lo había dado, ni siquiera la única amiga que tenía allí dentro lo sabía.
— Se que te estarás preguntando muchísimas cosas, pequeña, pero si me … – Entonces Oxana ni lo pensó, se acercó al ventanuco que había a su izquierda y saltó, sabiendo que sólo le esperaba dos metros de caída, aunque cualquier cosa era mejor que juntarse con gente tan peligrosa como aquel individuo. Su único pensamiento era escapar de allí, pues si sabían quien era es porque se encontraba en peligro.
¿Debería llamar a su tutor y contarle aquello? Debería, pero primero llegar a salvo a casa… Si podía.
45 minutos después.
Ya hacía un par de minutos desde que observaba la gran operación que estaba formada delante del edifico donde se encontraba su casa, veía como iban y venía cada grupito al lugar, por lo que de vez en cuando debía esconderse, para luego seguir observando a aquel hombre que la había descubierto, ¿Por qué tanto alboroto con ella? Por lo que sabía de él, es que era uno de los mutantes renegados más peligrosos del mundo, el cual había cometido varios atentados por todo el globo, aunque era cierto que nunca hubo victimas hasta aquel último en la gran torre.
Entonces se dio cuenta de que se habían percatado de su presencia ¿Cómo? Ni puñetera idea, no lo pienses, sólo huye. Empezó a caminar, por aquel callejón, sin perder de vista a ninguno de los que se encontraban allí para que no la vieran, y mucho menos aquel tipo que tenía unos ojos tan raros como los suyos, hasta que chocó con algo… O alguien.
Cuando se dio la vuelta con cuidado, vio a un ¿chico? No, debía tener algunos años más que ella, pero de cuerpo bastante escuálido cosa que confundiría a cualquiera y más al ver la mirada junto a aquella sonrisa de superioridad que se gastaba.
— Por favor… Déjame ir, no he hecho nada… – Susurró notando que detrás ya se acercaban los demás, por lo que debería pensar con más rapidez. Debía pensar…
Cuando vio que el chico no tenía intención alguna de moverse, fue ella la que con una agilidad asombrosa saltó por un lado, quedando tras unos coches que sin duda la ayudarían a salir de aquel embrollo.
El color de sus ojos se volvieron más intensos, causa que probaba que por sus venas estaban siendo recorridas por aquella sustancia con la que había nacido, haciendo que su habilidad saliera a flote. Y no, no volaba, ni leía mentes, pero era capaz de interactuar con las máquinas y con los campos magnéticos. Así con una leve caricia a los coches que habían allí, estos empezaron a removerse y a elevarse sobre ella, dándole tiempo a escapar mientras estos empezaban a interponerse frente a sus perseguidores.
— ¡Acabad con esas cosas antes de que nos descubran! – Escuchó la voz de aquel hombre que tan insistentemente la perseguía, pero por suerte logró esquivar nuevamente.
Hasta que llegó al lago Erie, desde donde aún se podían ver a aquellas máquinas moverse de un lado a otro, pero aquella visión no duró, porque de un momento a otro estos acabaron siendo derribados, hecho que hizo que Oxana soltara un pequeño grito.
Fue a seguir su camino cuando se topó de nuevo con aquellos ojos de color lavanda, bajó su rostro por inercia, pero por dentro empezaba a sentir recelos por aquel tipo, ¿Qué tanto quería de ella? No importaba debía huir, ¡Pero no la dejaba en paz!
Así que intentó esquivarlo, yendo por uno de los lados, pero este fue mucho más rápido atrapándola por la cintura, alzándola en el aire para que no se escapara.
— ¡Suéltame, gilipollas! – Oxana forcejeaba con todas sus fuerzas, en aquellos momento y como estaba no podía hacer nada, excepto… Se giró como pudo entre los brazos del hombre, que aún luchaba por afianzarla contra su cuerpo, por lo que al ver aquel movimiento la miró sorprendido ¿Qué pretendía aquella niña? Sólo tuvo que esperar unos pocos segundos cuando de un momento a otro se quedó sin visión, consiguiendo así que soltara a la castaña, la cual celebró antes de tiempo, pues segundos después se vio mandada a volar hacía el lago, donde intentaba nadar a la otra orilla.
Allí se encontraba el mismo flacucho del callejón y quien había sido que la había echado a volar cual cometa rota, por el golpe que esta se había dado al caer al agua.
— Capi… – Dijo el chico con voz preocupada, a la vez que el mayor empezaba a volver a ver, sintiéndose algo estúpido al no recordar que aquella joven, que ahora nadaba en contra de ellos podía interferir con los campos magnéticos del cuerpo. Pero debía mantener la compostura, por lo que llevó sus ojos al muchacho con seriedad.
— Casi la matas, Mac… – Suspiró, pues aquella noche, aquella joven le había hecho usar demasiado su poder y para aquellas alturas de la noche, ya se encontraba algo cansado. Aún así sus ojos refulgiendo aquel destello violáceo tan claro, hizo que el cuerpo de Oxana sobresaliera completamente del agua, viendo que esta también cansada de todo aquello había terminado optando por dejarse llevar, aunque no se fiaba del todo a que aquella muchacha se rindiera así de fácil. — Ahora, por favor, Oxa…
— ¡Dejadme en paz! ¿Qué os he hecho para que me persigáis de esta forma? ¡No quiero ser como vosotros, quiero ser normal y vivir normal! Así que me voy, no tengo nada que os interese, así que… – Dijo mientras volvía a darse la vuelta, sintiendo la mirada del más alto clavada en su nuca, pero no fue este quien habló.
— Vendrás con nosotros, niña quisquillosa, te guste o no. – Le espetó mientras ponía una mano sobre el hombro de la castaña, la cual se envaró al sentirla y se giró furiosa.
— Déjala. Está asustada y así no conseguiremos nada de ella.- Habló entonces el otro hombre, quien se acercó a Oxana, mientras le extendía la chaqueta que hasta hacía poco había llevado puesta y así se abrigara. — Siento todo esto, Oxana. No pretendíamos asustarte, pero te necesitamos con urgencia. Más bien tus padres biológicos son los que te necesitan. – Soltó pensando que así la joven diera por un momento su brazos a torcer.
Pero la castaña no se dejaría engañar y mucho menos por la mirada que aquel hombre le dirigía en aquel momento, ¿Se estaba compadeciendo de ella? Sin aún contestar sobre lo que este había dicho sobre sus padres, apartó, de un manotazo, la mano del mayor, que aún estaba extendida con la chaqueta y se abrazó a sí misma para darse calor antes de hablar. — Mis padres están muertos, así que deja esa patraña de que ahora me necesitan. Os equivocáis de persona, así que marchaos y dejadme en paz.
Se había ahorrado lo que le habían dicho sobre la muerte de estos, ya que a pesar de que fueron los suyos quienes habían asesinado a sus padres, a estos no les importaba nada sobre aquel hecho.