Cuando el eco de la Spanish Revolution se escucha en medio mundo, otro país recuerda su propia revolución, mucho más lejana en el espacio y en el tiempo. México inició el 20 de noviembre de 1910 su revolución, como una lucha contra los abusos del poder establecido, y de ella salieron personajes históricos que se han convertido en mitos, Emiliano Zapata o Pancho Villa entre otros.
Para celebrar y rememorar dicho acontecimiento, diez cineastas mexicanos se han lanzado a una película de episodios, formato creado en los años 60 por el cine italiano y que, en la actualidad, se ha vuelto a poner de moda en especial para componer un retrato de ciudades (París, Nueva York…).
La diversidad narrativa de sus directores y sus diferentes propuestas estéticas han creado en esta película un universo denso y particular. Dos de ellos han optado por una elaborada fotografía en blanco y negro con dos historias que recuerdan, o sencillamente rinden homenaje, a la etapa más surrealista de Buñuel. Fernando Eimbcke (Temporada de patos, Lago Tahoe), con una banda de músicos aficionados esperando la llegada de una autoridad para interpretar Don Juan de Mozart, abre el film con el episodio titulado La bienvenida y Amat Escalante (Sangre, Los bastardos) nos narra la historia de un singular miembro de la Iglesia, El cura Nicolás Colgado, de estética goyesca inspirada en la serie de los Desastres.
En el lado opuesto y ejerciendo de intensidad cromática el radical Carlos Reygadas (Batalla en el cielo) se lanza sin red, como es su costumbre, en Este es mi reino y Rodrigo Pla (Desierto adentro, La zona) presenta el más crítico e inteligente de los episodios, en 30-30 o las vicisitudes del nieto de Pancho Villa con motivo del aniversario de la revolución.
A éstos se añaden dos realizadoras, Patricia Riggen con una sorprendente historia de inmigración post mortem y Mariana Chenillo; dos actores-directores, Gael García Bernal y Diego Luna (Abel); Gerardo Naranjo y cerrando la película Rodrigo García (Madres & Hijas) con su impecable 7 Street and Alvarado. A cámara lenta los fantasmas de los revolucionarios atraviesan el centro de Los Ángeles de la época actual. Caballos casi desbocados, ropa sucia tras la lucha y miradas llenas de esperanza y de determinación cabalgando en medio de una población sorda por sus llamadas telefónicas, sus manos ocupadas por los vasos de café o de refrescos en un episodio sin diálogos.
Transcurrido un siglo parece que la opinión general de estos cineastas es que queda bastante poco de su revolución. Guardando las evidentes distancias, dado que los dos fenómenos son totalmente distintos, esperemos que la nuestra aporte mucho más y sus frutos perduren cien años.