Aún así nos esmerábamos en conciliar el sueño. Sabíamos que los Reyes Magos no visitaban a los niños que no se dormían y ni hermanísima ni yo teníamos ganas de que Sus Majestades nos ignorasen por culpa de aquellos colchones. Nos empeñábamos en dormir como fuese. Cerrábamos los ojos con fuerza, quizá así lo consiguiésemos o quizá no se diesen cuenta de que estábamos despiertas. Oíamos ruidos por el pasillo, pasos amortiguados, susurros... No podíamos resistirlo y entornábamos los párpados para mirar por una rendija entre las pestañas. La puerta era acristalada y, a través del cristal esmerilado, se recortaban formas en sombra en medio de la oscuridad. Era difícil identificar los rasgos de aquellas figuras, sin duda desdibujadas porque se cubrían con grandes mantos. Por desgracia nunca llegamos a descubrir a ninguno de los camellos pero, si nos fijábamos bien, sí que nos parecía distinguir la silueta de las coronas sobre las cabezas. No nos atrevíamos ni a respirar. Al cabo de un rato toda la casa se quedaba en silencio y entonces, a pesar del colchón, nos dormíamos y soñábamos con los muñecos y los regalos que nos esperaban sobre los zapatos.
Aún así nos esmerábamos en conciliar el sueño. Sabíamos que los Reyes Magos no visitaban a los niños que no se dormían y ni hermanísima ni yo teníamos ganas de que Sus Majestades nos ignorasen por culpa de aquellos colchones. Nos empeñábamos en dormir como fuese. Cerrábamos los ojos con fuerza, quizá así lo consiguiésemos o quizá no se diesen cuenta de que estábamos despiertas. Oíamos ruidos por el pasillo, pasos amortiguados, susurros... No podíamos resistirlo y entornábamos los párpados para mirar por una rendija entre las pestañas. La puerta era acristalada y, a través del cristal esmerilado, se recortaban formas en sombra en medio de la oscuridad. Era difícil identificar los rasgos de aquellas figuras, sin duda desdibujadas porque se cubrían con grandes mantos. Por desgracia nunca llegamos a descubrir a ninguno de los camellos pero, si nos fijábamos bien, sí que nos parecía distinguir la silueta de las coronas sobre las cabezas. No nos atrevíamos ni a respirar. Al cabo de un rato toda la casa se quedaba en silencio y entonces, a pesar del colchón, nos dormíamos y soñábamos con los muñecos y los regalos que nos esperaban sobre los zapatos.