Yo creo en la sandías cuando las abro
en la ropa tendida al sol
en los murciélagos hermosos y esquivos
en la barba que me sale si no me afeito
en la mala voluntad de algunas buenas intenciones
en lo que me cuesta llegar a fin de mes
en la recuperación de los enfermos irrecuperables
en la sanación de los sanos.
Yo creo en la de cuarteles, despachos e iglesias
que nos podíamos ahorrar
en el hermoso milagro de los médicos para animales
en los transplantes de médula
en los atardeceres lentos de otoño
en la mal remunerada labor social de las prostitutas
en la no tortura para los torturadores
en lo fácil que podría llegar a ser vivir.
Yo creo en el respeto a los árboles
en la fascinación de la existencia
en los perros cojos y tuertos
en las tienda de libros de segunda mano
en Darwin y Marx
en lo que escribo
en los bancos. Del parque, claro.
Yo creo en la bondad de las tortugas
en las masas de agua caliente en la atmósfera
en que rezar no ayuda a que llueva
en los batidos de chocolate con mucha canela
en las terrazas de verano con amigos
en la estupidez de creerse inteligente
en la incomprensible vida sexual de las amebas.
Yo creo en las transfusiones de sangre
en la asistencia sanitaria gratuita
en la antimateria
en la ineficacia de los productos capilares
en el agnosticismo íntimo que sienten los santos
en los supermercados, las lavadoras y las marcas blancas
en la comida china en casa viendo una de Haneke.
Yo creo en la probabilidad matemática de que la vida
es una ecuación aleatoria que está
condenada a repetirse ad infinitum
así que al final y resumiendo
yo creo que en algo creo
como que lo sagrado y lo profano es solamente
una ridícula cuestión semántica y subordinante.
Yo creo, para entendernos,
que abrir sandías es sinónimo
de estar rezando.
Saludos estivales de Jim.