El dichoso ADN me ha derrumbado a mi Ricardo III jorobado, moreno, maquiavélico, cruel, desdichado, infeliz, inseguro, valiente, asesino, etc, etc. Y me lo cambia por un rubio que sólo tenía escoliosis, con ojos azules y probablemente alto y bien parecido. Su monólogo en la obra de Shakespeare me inspiró mucho en su tiempo. Mandó a sus sobrinos a la Torre de Londres, y ya saben que aquel que entraba ya no salía, al menos vivo. La Torre es uno de lo símbolos medievales que se rompen en Shakespeare, en quien pasa de significar "defensa" a "muerte". La tragedia renace las pasiones más oscura del alma, y produce una catarsis universal que se remonta a tiempos de la antigua Grecia. Pero déjenme que me quede con ese personaje de teatro frente al ADN, porque me recuerda a Tim Burton y sus divertidos personajes sombríos. Se me es muy difícil imaginar a una especie de ángel rubio blandiendo la espada sin casco en la batalla de Bosworth (que terminó siendo un aparcamiento, cómo no) gritando aquello de ¡Mi reino! ¡Mi reino por un caballo! Además, no contento con eso, el maldito ADN detecta una infidelidad real en la línea sucesora, claro que, la bastardía era común en esos tiempos. Igual que el "aguador" o el "trapero" que iban por los pueblos de Europa y hacían de sementales de impotentes y deficientes amantes. EL ADN es un chivato de la Ciencia y la Historia, aunque no le guardo rencor.