Ricardo Piglia en la Casa de América de Madrid

Publicado el 14 septiembre 2010 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg


El pasado jueves, 9 de septiembre, acudí con mi novia a la Casa de América de Madrid. Nunca había entrado por la fachada que da directamente a Cibeles; siguiendo las instrucciones de los bedeles, subí la escalinata del palacio y tomé asiento en una sala con unas 80 sillas.
El crítico Ignacio Echevarría, referente en literatura hispanoamericana, mantendría allí una charla con Ricardo Piglia, con motivo de la reciente publicación en la editorial Anagrama de su última novela, Blanco nocturno, tras más de una década sin escribir ficción.
Desde el año pasado, cuando en verano viajé a Argentina, tenía intención de leer seguidos algunos de los libros de Piglia, que pensé traerme a España desde allá, ya que en Buenos Aires salían a un tercio, aproximadamente, del precio de aquí; pero no lo hice, porque al fin y al cabo, pensé, casi todos los libros de Piglia lo tenían en la biblioteca de Móstoles, que entonces quedaba a 200 metros de mi casa.

Hace más de una década había leído Respiración artificial y Prisión perpetua. El año pasado releí el último.

Hace una semana, cuando descubrí en la página web de Anagrama la cita literaria, saqué de la biblioteca de Móstoles dos libros de Piglia, y compré Blanco nocturno. La mañana del jueves había acabado El último lector, y llevaba conmigo Prisión perpetua y Blanco nocturno con la idea de que me los firmara el autor.
La charla comenzaba a las 19.30 y empezó con unos diez minutos de retraso.
Me sorprendió el aspecto activo y jovial de Piglia, parecía irreal la nota de la solapa de los libros, que afirma que nació en 1940. El aspecto de Ignacio Echevarría era muy parecido al que otorga Roberto Bolaño al personaje de Iñaki Echavarne en Los detectives salvajes.
Echevarría preguntó a Piglia por su silencio de casi una década sin ficción y un lustro desde la publicación del ensayo de El último lector. Piglia habló de los cambios en su vida, de su traslado a Princeton como profesor, de su necesidad de ganarse el sustento con actividades ajenas a la literatura, y de su vida en EE.UU., descubriendo, por ejemplo, Nueva York. También de la lentitud de su forma de escribir. Dijo que escribe un primer borrador de una novela y que lo deja reposar al menos un año, y después de este tiempo lo retoma, para ver qué puede hacer con él, y este proceso puede ocurrir varias veces hasta que considera al libro acabado.

A pesar de su lento trabajo -aunque en su caso lo toma como necesario-, no se refirió a esta cualidad como imprescindible para la calidad de un libro; y citó algunos ejemplos de libros escritos deprisa y de gran calidad. Dijo que tomando copas con Juan José Saer, hablando de este tema, Piglia le picó a escribir una novela a Saer como afirmaba éste que lo había hecho en su juventud, en 40 días. Saer se tomó en serio el desafío, como un ciclista que se encierra para batir el record de las 24 horas –en palabras de Piglia-, y consiguió escribir La ocasión en 42 días (libro que me espera en el estante de inleídos de mi biblioteca).


Para conversar sobre Blanco nocturno, Echevarría sacó a colación la 3ª parte de El último lector, y la teorización del género negro llevada a cabo por Piglia.
(Ya llevo leída la mitad de Blanco nocturno, y compruebo que la construcción de esta novela obedece a una atractiva mezcla de la creación del género con Dupin y Poe, y su posterior evolución en Norteamérica con Chandler y Marlowe).
Piglia habló del campo, de Adrogué, su lugar de nacimiento, donde sitúa la acción de la novela en 1972, cuando aún se especulaba con el posible regreso de Perón al país, y divagó sobre las cintas que éste mandaba desde Europa a la Argentina y cómo se grababan y circulaban por el país. También habló de alguna leyenda urbana de la época, de vez en cuando alguien creía haber visto, surcando el cielo, a un avión negro en que venía Perón.
Echevarría preguntó a Piglia por su relación con Fogwill. Y Piglia: como diría el propio Fogwill, nadie se hace mejor cuando muere. Y pasó a apuntar que sentía mucho la muerte de Fogwill por lo que representaba de movimiento para la cultura argentina, pero no le gustaba su estrategia de polemista. Como la literatura por sí misma, apuntó, ha dejado de tener relevancia social, y vivimos en la cultura del escándalo, Fogwill, según él, promovía el escándalo para atraer a los medios. También habló de su enfrentamiento cuando él ganó el premio Planeta Argentina por su novela Plata quemada –“una novela escrita con un vocabulario que ahora ni yo mismo sé qué significa”, bromeó-, y al parecer generó bastantes críticas en su país, algunas de las más virulentas de parte de Fogwill.
Piglia habló de los enfrentamientos endémicos dentro de la literatura argentina, algunos que ahora pueden parecer absurdos, como el enfrentamiento entre narrativa de ciudad y de campo, o el de Florida y Boedo.
Él eligió situar Blanco nocturno en el campo porque eso le permitía hacer coincidir fácilmente a los personajes en un lugar, un bar, etc.
En algún momento de la charla, la sombra alargada de la figura de Borges planeó sobre la sala; y Piglia dijo, también, que le gustaba mucho la narrativa norteamericana.
Me quedé con esta frase: “Igual que antes Andy Warhol decía que todo el mundo se merecía sus 15 minutos de fama, ahora deberíamos decir que todo el mundo se merece sus 15 minutos de privacidad”.
Y tras intercambiar unas pocas palabras, donde le mostré a Piglia mi interés por la literatura argentina, me firmó mis dos libros.