Ha muerto Ricardo Senabre (Alcoy, 1937). Según se lee en la noticia de El Cultural de El Mundo, «a causa de una complicación en la enfermedad pulmonar que padecía». Uno echó ya en falta en El Cultural de la semana pasada su firma, que, si no estoy confundido, apareció por última vez la anterior, con la reseña de Las letras entornadas, de Fernando Aramburu. Hemos sabido hoy que no había acudido al congreso de la ASETEL (Asociación Española de Teoría Literaria), del 28 al 30 de enero pasado; pero aquí casi nadie conocía su enfermedad. Ha sido esta mañana en el despacho de José Luis Bernal Salgado, el decano de la Facultad de Filosofía y Letras —Senabre fue el primer decano del centro, desde 1973 hasta 1984—, cuando hemos tenido noticia de la muerte Antonio Salvador Plans y yo. Se sentirá mucho por aquí la pérdida del profesor, y no solo en el ámbito académico, sino en el ciudadano; en un lugar como Cáceres, en donde Ricardo Senabre vivió durante quince años y dejó una huella civil, que es, así se publicó en el homenaje que le hicimos hace diez años en la UBEx (Unión de Bibliófilos Extremeños), la que explica que reiteremos que conocimos a Senabre, que nos dio clases, que hemos escuchado su palabra en conferencias y reuniones, como una ineludible nota de currículo, como una divisa reconocible. Desde el Auto de los Reyes Magos a la última novela de Aramburu puede trazarse el arco cronológico de los intereses críticos que han ocupado a Ricardo Senabre desde 1958 —«La narrativa spagnola attuale» fue el título de un breve ensayo en italiano que publicó la revista milanesa Il Verri— hasta cumplirse ahora luctuosamente casi sesenta años —cuarenta y ocho de docencia— de dedicación. Descanse en paz.