El gobierno de Rajoy proyecta en sus fronteras africanas la misma imagen de debilidad, torpeza, inconsistencia y confusión que proyecta en casi todos los ámbitos de la política española. Rajoy es confuso y débil con el nacionalismo radical, al que acosa pero al que permite burlar la ley, con el independentismo, al que amenaza pero tolera vergonzosamente, con la política empresarial, a la que protege y aplasta simultáneamente, con los impuestos, que dice que los baja pero que en realidad los sube, con la corrupción, a la que condena pero con la que convive de manera ignominiosa, con los valores, con la economía, con todo. Mas que un gobierno, Rajoy parece dirigir un club londinense de ancianos acabados, decadentes e impotentes. En la política exterior, el gobierno de España es dramático y ha conseguido perder en todos los frentes: en Gibraltar, en Europa, ante Estados Unidos, al que no arranca ni una concesión, con Iberoamérica, donde España ya no es respetada, y en el mundo, donde el peso de España es equivalente al de Liberia o Niger, poco mas o menos.
El deber del gobierno español y de sus fuerzas policiales es cuidar la frontera y hacer respetar las leyes. La imagen de debilidad de nuestros guardias fronterizos, nuestras vallas y alambradas es insoportable y amariconada. Hasta ahora daba vergüenza ser español por la corrupción, por la falta de democracia, por el sometimiento ciudadano al abuso político, pero ahora también es causa de vergüenza el coladero fronterizo.
La inmigración puede entrar en España, pero cumpliendo las leyes, atendiendo a cupos y de manera racional, nunca como fruto de la violencia y aprovechándose de que las fuerzas fronterizas están tan cabreadas y desmoralizadas que permiten la entrada incluso sin sacar el billete de acceso.