Rigoletto en el Palau de les Arts

Publicado el 20 noviembre 2012 por Titus
A estas alturas parece que ya está todo dicho sobre el Rigoletto de Les Arts, pero si creíais que eso os iba a librar de que os contara mi versión de los hechos, estábais equivocados. Hay que aprovechar cualquier ocasión para hablar de ópera en Les Arts mientras la haya.
Tenía muchas ganas de asistir a un Rigoletto en vivo, pues aunque es una de esas óperas sotacaballoreyescas que aparecen en los carteles cada dos por tres, a mí siempre se me había escapado. Quizá mis expectativas, después de haber escuchado y visto innumerables versiones en CD y DVD eran demasiado altas, quizá las cosas no acabaron de cuajar, o quizá tuve la mala suerte de que los momentos que más me gustan de la partitura no salieran del todo bien, pero lo cierto es que la representación de ayer no me dejó del todo satisfecho. No es que fuese un desastre, ni mucho menos. Es más, a pesar de ciertos errores graves, le daría un aprobado si me correspondiese puntuarla, pero ante una ópera de esta categoría un simple aprobado sabe a poco.

Pero empecemos por el principio. Ante todo, quiero hacer patente mi solidaridad con los trabajadores del Palau de les Arts, que se encuentran en una situación delicada debido a los inmisericordes recortes que siguen llevando a cabo los gobiernos central y autonómico. Los asistentes a la función de ayer tuvimos la ocasión de mostrar nuestro apoyo a este colectivo luciendo un lazo azul en la solapa, y me parece de justicia aprovechar la oportunidad que me brinda este blog para hacerme repercusión de sus reivindicaciones, que me parecen justas y sensatas. AQUÍ podéis leer el manifiesto que se distribuye a la entrada del Palau en cada función.
Pese a los recortes, la orquesta y el coro, en este caso solo masculino, siguen deslumbrando por su calidad. Lástima que no pueda decir lo mismo del director titular, Omer Meir Wellber, quien volvió a cometer los errores que ya son habituales en él. Se le va la mano con el volumen, tapando por completo a los cantantes en los finales de escena, acelera el tempo hasta que la orquesta se desboca y deja atrás a todos los cantantes y en todos los concertantes anda más perdido que un pulpo en un garage. Especialmente destacable en lo negativo fue el tercer acto, pues ni el cuarteto Bella figlia dell'amore ni el trío de la tormenta sonaron cohesionados. Y ambos números estan entre lo mejor de la ópera, de ahí mi ya mencionada insatisfacción. En su defensa, diré que se esfuerza en crear matices y que logra extraer sonidos muy bellos de la orquesta, pero aunque me gustaría, no puedo valorar su labor global de forma positiva.
De entre los cantantes, destacaría por encima de todo la Gilda de Erin Morley, una soprano ligera de timbre algo anónimo y volumen discreto que sacó adelante el papel con gran acierto, especialmente en el Caro nome, cantado con pulcritud y virtuosismo.

Juan Jesús Rodríguez, el barítono encargado del papel protagonista, fue el otro triunfador de la noche. Su instrumento posee la calidad y el fuste necesarios para hacer frente a los papeles verdianos más exigentes, pero tanto su canto como su actuación son excesivamente monolíticos. Un monolito muy bello y muy verdiano, pero monolito al fin y al cabo. Se agradecería algo más de variedad en el fraseo y en las dinámicas, pero tampoco vamos a ser excesivamente tiquismiquis: su canto, tal y como lo escuché yo ayer, es muy disfrutable.
Acabé desconcertado con el tenor siciliano Ivan Magrì. En el primer acto pude comprobar cómo su voz, dotada de un curioso tinte metálico algo ingrato,  desaparecía en cuanto intentaba matizar o bajaba del mezzoforte. Y no exagero, fue tapado tanto por la esposa de Ceprano como por Gilda. Sin embargo, y a pesar del timbre, lo que se escuchaba cuando pasaba del mezzoforte me gustaba. Se perdió por completo en el Questa o quella, obligando a Wellber casi a detener la música para que pudiese retomar el hilo. Hilo que, segundos más tarde, volvió a perder. Esto mismo le pasó nada más y nada menos que en La donna è mobile, uno de sus momentos de mayor lucimiento. Y uno se pregunta, ¿cómo puede alguien perderse en La donna è mobile? Quizá sea debido a que su tendencia a quedarse sin fiato le imposibilitaba seguir el ritmo marcado por el director, aunque es solo una hipótesis. Bien, con estos mimbres, pensaréis, no puede salir un buen cesto. Sin embargo, para mi sorpresa, tanto en su aria Parmi veder le lagrime como en la consiguiente cabaletta Possente amor mi chiama estuvo más que bien, con un fraseo cuidado y expresivo y un agudo valiente que culminó con un diminuendo de gran clase. Se podría pensar que el tenor que cantó en el segundo acto era distinto al del primero y el tercero. Distinto y mejor.
Del resto del reparto, cabe destacar en lo negativo a un cascado Paata Burchuladze como Sparafucile y a una floja Adriana di Paola como Maddalena. Mucho peor estuvo el Monterone del barítono mongol Amartuvshin Enkhbat, cuya voz engoladísima y pesimamente proyectada apenas resultaó audible.

En cuanto a la puesta en escena de Gilbert Deflo, a cargo en esta reposición de Beata Redo-Dobber, es innegable que es visualmente impactante, exagerada incluso, sobre todo en las escenas que transcurren en el palacio ducal. Gusta a los amantes de las producciones clásicas, un porcentaje mayoritario del público valenciano, pero si no nos dejamos deslumbrar por la magnificencia de los decorados y el vestuario descubriremos que la dirección de actores y la iluminación dejan bastante que desear y que se podría sacar mucho más partido de la escena. Además, el hecho de que el cambio de escena tras el primer cuadro, de apenas quince minutos, requiera parar la función durante media hora es algo inadmisible en pleno siglo XXI. Si tal pausa se debe a que los recortes en personal hacen imposible realizar el cambio en menos tiempo, deberían haber rechazado esta puesta en escena, o en todo caso haberla modificado para evitar esto. Y si es inevitable, esta puesta en escena debería ser retirada de la circulación por obsoleta, por muy bonita que sea.