Rincones de leyendas en Cuenca, la Ermita de las Angustias
Por @asturiasvalenci Marian Ramos
@asturiasvalenci
Abre bien los ojos porque al recorrer Cuenca vamos a encontrar rincones de legendarios. Una puerta de entrada a leyendas como lo es, la Ermita de las Angustias. Hay rincones en Cuenca donde sientes que, después del caos, llega la tranquilidad. Donde los límites entre la piedra y el agua son apenas perceptibles y donde la realidad y la fantasía se entremezclan creando ambientes de los cuales resulta difícil escapar.Hay viajes que erizan la piel porque tienen el sabor salado de la aventura y de lo prohibido. Lugares desconocidos que te obligan a forzar las pisadas para aumentar la velocidad y descubrir qué es aquello que se esconde detrás de aquel muro.
Una vez llegados a ellos, reposa el alma escuchando el silencio…Esa costumbre tan necesaria que hemos perdido.Y paseando por una ciudad desconocida, como era para mí Cuenca, Patrimonio de la Humanidad, sentí una gran curiosidad al contemplar un pasadizo que, desde la calle San Pedro, dejaba ver una recoleta plazoleta con una bonita fuente. No suelo visitar las ermitas. Pero la pintoresca imagen del pasaje, la plaza, la fuente y los árboles hizo que cambiara el sentido de mis pasos y cruzara hacia el otro umbral. Un portal al pasado. ¿Vienes?Desde la Plaza San Nicolás se ven unas escaleras que descienden. Un rincón totalmente diferente. Algo que llama la atención tratándose de una ciudad. Porque de pronto, un camino estrecho abierto entre las rocas de la montaña te sumerge en un ambiente ensoñador, repleto de vegetación y humedad. Abrazado por unas rocas con formas extrañas y con árboles que tapan el paisaje lo justo. Entonces, sientes la necesidad de seguir bajando y contemplar la hoz del Júcar allí en el valle.Escaleras que te fuerzan a seguir cambiando de nivel. Que se retuercen para dejarte ver un Cristo esculpido en la roca. Y de pronto, no entiendes el por qué. Las fotografías dejarán constancia de esta imagen que, para muchos, puede pasar inadvertida si no se conoce su existencia. De pronto, rompiendo el silencio, escuchamos a dos personas que se ríen. Y prestamos atención. Dice uno de ellos que cuenta la leyendaque aquél que descubra esta imagen por sí solo deberá acercar su oído a la roca si quiere escuchar el canto de un galloEso comenta una de las voces, un conquense que se ríe de la incredulidad de un amigo que visita Cuenca, porque cuando éste hubo pegado su rostro a la imagen, el nativo le había dado un pequeño palmoteo en la cabeza. Cuenta la leyenda que solo debes acercar tu oído si estás solo o cuanto menos, no acompañado por ningún conquenseSeguimos descendiendo pausadamente. Y comenzamos a ver el paisaje. Es un ambiente totalmente diferente al del casco antiguo. En plena naturaleza. Parece casi irreal encontrarse con este paraje a solo unos metros de la ciudad de Cuenca. Sentimos la necesidad de seguir sorprendiéndonos. Nos acercamos a otro pasadizo excavado en la roca. A otro nivel de leyendas. A una plaza pequeña donde destaca la Ermita de las Angustias, el convento de los Descalzos, una extraña cruz de piedra y una coqueta fuenteDicen las leyendas que quien beba la fresca agua de esta fuente encontrará al amor de su vida…Al fondo, la pequeña Ermita de las Angustias donde los viernes de Dolores los conquenses besan el manto de su querida virgen. Un edificio del siglo XIV emplazado en plena naturaleza. Pero más allá de los edificios que forman esta pequeña plaza es posible que nos llame a atención una cruz de piedra detrás de una reja. Si no hubiera sido por el lugareño que todavía se reía de la incredulidad de su amigo es muy posible que no nos hubiéramos fijado en el misterio de esta cruz. Y es que, si te fijas, en su parte frontal hay una mano en relieve con otro tono de piedra…
…Porque cuenta la leyenda que en tiempos de antaño vivía en Cuenca un joven muchacho que era la vergüenza de su familia. Hermoso y adulador, gustaba presumir ante sus amigos de sus correrías con cada una de las muchachas de la ciudad. Y aunque ellas sabían que las dejaba una vez conseguidos sus propósitos carnales, no podían resistirse a las adulaciones de las que eran objeto. Y es que… ¡era tan guapo y conquistador!Con fama de egoísta, mentiroso y pendenciero, la gran mayoría de doncellas en edad casadera habían caído bajo las redes de su encanto. Pero quiso el destino que un día se cruzara con una muchacha tan aduladora y provocativa como él. Recién llegada a Cuenca, esta joven fue enseguida conocida y mencionada por las demás mujeres. Porque vestía con mucha clase y se movía de forma muy distinguida. Siempre llevaba en su rostro una sonrisa y un ademán de saludo. Las jóvenes, que veían que los hombres la miraban de forma recelosa, pugnaban por ser su amiga. Una muchacha forastera que irradiaba alegría y mucha fuerza. Capaz de atraer las miradas de todos.El joven galán la estuvo observando hasta que un día decidió ir a por ella. Y después de intercambiar unas palabras, el muchacho buscó apresuradamente a sus amigos para vacilar sobre este encuentro. En un corto período de tiempo había conseguido saber cómo se llamaba la forastera, detalle que todos en Cuenca desconocían. La bella joven era Diana.Diana comenzó a verse con el joven aunque, rápidamente, se dio cuenta de las intenciones que llevaba. Y tanto tiempo pasaba el galán con ella que cambió su forma de actuar. Dejó las aventurillas que había hecho con sus amigos los fines de semana y se dedicó por entero a la joven. Quería y deseaba a Diana. Cuenta la leyenda que una mañana víspera de Todos los Santos, alguien se encargó de dar una carta lacrada al galán. Con manos temblorosas por desconocer quién era su remitente la abrió para así leer: ‘Te espero en la Ermita de las Angustias. Seré tuya la Noche de Difuntos’.Y aquella noche, el joven muchacho se vistió con sus mejores ropas dispuesto a hacer suya a la mujer que tanto deseaba. Bajo una gran tormenta que no dejaba ver lo que había unos metros más allá, el joven fue descendiendo hacia la Ermita de las Angustias. Entre relámpagos y fuertes truenos pudo ver la imagen de Diana que lo esperaba con sus ropas mojadas. El joven galán apresuró sus pasos. Los dos se fundieron en un abrazo tan tierno y lleno de caricias que les hizo llegar a la desesperación. No fueron conscientes que los relámpagos iluminaban figuras siniestras en los muros de la ermita. Algo que hacía presagiar un terrible desenlace aquella noche infernal en Cuenca.Pasiones desbordadas. Ella abrazada a él. Y el muchacho pugnando por levantar las faldas y notar el calor de su piel. Pero he aquí que el misterio de Diana se iluminó al caer un relámpago en el valle. Y el joven galán, de pronto, sintió que esa suave piel que había estado acariciando se había convertido en algo áspero y peludo.Sin poder respirar apenas, no pudo evitar bajar su mirada para entender. Y entonces lo comprendió. Diana ya no era mujer. Se había convertido en un macho cabrío. Era el mismo diablo.Presa del terror salió desesperado buscando algún rincón por donde desaparecer. Y de pronto vio aquella cruz de piedra que representaba la cristiandad. Buscando cobijo y salvación se abrazó a ella implorando clemencia. Mientras que el diablo dejaba que sus carcajadas se las llevara el eco le propinó tal zarpazo al galán que desgarró su hombro. Cuentan que tal fue la desesperación del joven pidiendo clemencia que una de sus manos se hundió en la piedra de la cruz para así dejar constancia, hasta hoy en día, de los pecados que había cometido. El joven galán arrepentido por todas sus fechorías y agradecido porque pudo salvar su vida ingresó en el Convento de los Descalzos para convertirse en fraile. Como penitencia.
No acudas una Noche de Difuntos a la Ermita de las Angustias de Cuenca… Y menos si ves una zagala merodeando por aquellos rincones legendarios… Porque desde la otra orilla del río Júcar alguien te está observando...¿Otra leyenda de Cuenca?
Leyenda del Cristo del Pasadizo, Cuenca