El caso es que, no sé muy bien cómo - ¿el aperturismo de la posguerra alemana? - pero los varios comités y foros competentes, finalmente aprobaron (pronto se arrepentirían) el estreno de un film que Forst, productor de sus propias películas ya en los años 30 y con escasa tolerancia para las injerencias en su trabajo, fue despojando de una idea pseudo bíblica inicial hasta el límite de la despreocupación por escenificar castigos, señalar culpables o poner reparos morales a asuntos tan delicados como la prostitución, la eutanasia (homicidio más probablemente), el suicidio, el alcoholismo, los malos tratos, el lesbianismo, el incesto o el parricidio.
Quizá la polémica sería hasta mayor de ver la luz un film así ahora, pero todo esto poco significaría hoy día y casi no valdría la pena ni recordarlo, si no se tratase de uno de los más brillantes y de más compleja estructura, mejor iluminados e interpretados, más originales y febriles melodramas de una época pródiga en ellos.
Donde alcanzaban las sugerencias de los más audaces Pabst mudos y más allá del territorio en que se atrevieron a aventurarse los Teuvo Tulio más irreverentes, vive este film desencantado e imagino que intolerable para quienes hasta hubiesen admitido que había que mirar de una vez por todas a la cara de la degradación humana de los tiempos de la Gestapo, pero no tanto cuando se trataba de la Alemania de la reconstrucción.
Ese torrente imparable de cine supera a cualquiera generado antes por Willi Forst, que tiene en su haber películas valiosas como la muy popular "Mazurka" de 1935, la ligera e ingeniosa "Maskerade" del 33, su "Bel Ami" del 39 (mejor, huelga decirlo, que la muy endeble versión de Albert Lewin) en pleno apogeo del Reich y con él mismo como actor en el conocido doble personaje o en ese mismo y fatídico año, la hábil y precisa "Ich bin Sebastian Ott", que pone en el centro lo que "Die sünderin" solo toca de pasada, el mundo del arte y su hipocresía.
"Die sünderin" se aparta de lo que había abundado en todas ellas, biografías, costumbrismos y romances. Precisamente el amor entre el atormentado Alexander y Marina, como si se tratase de una pesadilla, no se percibe como una adicción, un clásico amour fou, sino como una enfermedad contagiosa, de las que se contraen por no poder dejar de frecuentar a quien no conviene.
La línea marcada por las obras fundamentales del cine alemán surgido tras la guerra (con "Die mörder sind unter uns" de Wolfgang Staudte, "In jenen tagen" de Helmut Käutner y "Deutschland im jahre null" de Roberto Rossellini a la cabeza), se quiebra precisamente allí donde el film olvida o soslaya el pasado más traumático sufrido por un país en todo el siglo, en escenas llenas de risas pero hundidas en la más absoluta miseria, como aquella de Marina sentada en la barra de un bar, en la que Forst encadena a militares nazis y aliados en busca de diversión y ella dice que solo cambiaba el idioma.