Comencé a leerla el día después de ver por televisión la adaptación al formato cine de "La española inglesa", novela mucho más de corte idealizante y de asunto amoroso que presenta un tema bastante habitual en la literatura de la época: el robo de una niña que crecerá lejos de sus padres biológicos. En esta ocasión se trata del robo que un militar inglés hace en las costas de Cádiz de Isabel, una niña gaditana de pocos años que crecerá en Inglaterra muy querida por sus padres adoptantes y sus hermanastros, desatándose el amor entre ella y uno de sus hermanos. Y este es el meollo de la historia.
Tras ver la adaptación televisiva de la novela anterior que juega en exceso con la casualidad y los encuentros sorpresivos (algo muy típico de la novela bizantina que se estaba imponiendo por entonces), eché una ojeada a la que siempre me había gustado, "Rinconete y Cortadillo", para, al compararlas, ver cuál de las dos me satisfacía más. Y desde luego la satisfacción se ha inclinado del lado de la historia de esos dos pilluelos de unos catorce o quince años de edad que, solos como están en el mundo, han de ingeniárselas para salir a flote. Su medio de subsistencia lo cifran en una baraja de naipes marcados con la que despluman a cuantos incautos (arrieros, porqueros, criados de nobles, etc.) se atreven a jugar con ellos.
Es una novela en cierta manera itinerante pues Diego Cortado y Pedro Rincón, que así se llaman los dos pícaros se encuentran en los Campos de Alcudia, "según se va de Castilla a la Andalucía". Su encuentro es casual y deciden ir juntos pues ambos creen que Sevilla será un buen lugar para sobrevivir dado el trajín que el Nuevo Mundo ha impuesto en esa ciudad donde se contrata la marinería para las galeras que se fletan para América y es allí a donde vuelven con dineros sobrados algunos de los que primero hicieron la ruta.
En Sevilla serán invitados por otro chico que ha visto el arte que tienen con las cartas a visitar la Casa de Monipodio, auténtico jefe mafioso que controla toda la delincuencia sevillana y que tiene comprados a más de uno y de dos corchetes (guardias); hasta un alguacil (cargo importante de la policía de la época) pide ayuda a Monipodio para recuperar una bolsa con dineros que a un familiar suyo le han robado ese día en una plaza de la ciudad. Los ladrones fueron, naturalmente, nuestros dos protagonistas que confiesan su hazaña y son así más que bien recibidos en la Cofradía de Monipodio.
El día en que transcurre la historia, por la tarde, hay reunión importante en el patio de la casa de Monipodio. A este Patio acuden delincuentes, avispones (vigilantes), prostitutas, ladronzuelos, chulos, falsos estudiantes..., a rendir la cuenta de sus acciones semanales y depositar lo que de valor hayan conseguido en unas esportillas colocadas al efecto. El funcionamiento de tan curiosa Cofradía es que una vez hecha caja común, el señor Monipodio reparte igualitariamente entre todos. En estas estamos cuando entran unas mozas de casa llana, -prostitutas-, una de las cuales viene protestando porque el rufián para el que trabaja la ha golpeado. Pide ayuda a Monipodio que se muestra receptivo a protegerla y recrimina duramente su actitud al chulo. Pero, sin embargo, la Cariharta, que así se llama la moza perdonará a Repolido, bellaco que a buen seguro -aunque esto nosotros no lo veamos- no se reformará en lo sucesivo. Para salir del embrollo el tal Repolido se mete en un jardín lingüístico de los que tanto agradaban a nuestro Cervantes y que están en la base del humor que suele asociarse con algunas de sus novelas, ésta entre ellas:
Repolido, viéndose rogar de la Cariharta y de Monipodio, volvió diciendo:
-Nunca los amigos han de dar enojo a los amigos, ni hacer burla de los amigos, y más cuando veen que se enojan los amigos.
-No hay aquí amigo -respondió Maniferro- que quiera enojar ni hacer burla de otro amigo; y, pues todos somos amigos, dense las manos los amigos.
A esto dijo Monipodio:
-Todos voacedes han hablado como buenos amigos, y como tales amigos se den las manos de amigos.
Pero el humor no sólo es lingüístico sino también de situaciones como se desprende, -como tantas veces sucede en Cervantes-, al observar cómo hay más juicio en los que en principio no deberían tenerlo (los dos chiquillos de apenas 15 años) que en los adultos que les adoctrinan. Y en este grupo de adultos hay momentos muy risibles como cuando ante la protesta de un caballero porque Chiquiznaque, el jayán que tenía el encargo de dar un navajazo de catorce puntos en la cara a un mercader, no había cumplido el encargo; y éste se defiende diciendo que el tal mercader era tan estrecho de cara que no era posible hacerle un jaretón de 14 puntos, y que por eso se lo hizo al criado y lo justifica con estas palabras:
-Pues, ¿a esto llama vuesa merced cumplimiento de palabra -respondió el caballero-: dar la cuchillada al mozo, habiéndose de dar al amo?Por último diré que esta novela ejemplar de "Rinconete y Cortasdillo" me gusta mucho más que la de "La española inglesa" porque los asuntos que plantea son muy trasladables a nuestra realidad actual pues desgraciadamante la violencia machista, las asociaciones de malhechores, la corrupción policial... son problemas muy vivos en nuestra sociedad. Nada que ver con el enamoramiento, difícil de entender, de Isabel, la joven raptada, del hijo de su raptor. Y menos aún que los padres de ella se solacen y disfruten una barbaridad en casa de quienes los han tenido sumidos en la tristeza durante años al haberles arrebatado a su única hija. Con razón a "Rinconete y Cortadillo" se la clasifica dentro del grupo de novelas ejemplares de carácter realista, más española, mientras que a "La española inglesa" se la incluye entre las de tipo italiano idealizante, o sea, irreal.
-¡Qué bien está en la cuenta el señor! -dijo Chiquiznaque-. Bien parece que no se acuerda de aquel refrán que dice: «Quien bien quiere a Beltrán, bien quiere a su can».
-¿Pues en qué modo puede venir aquí a propósito ese refrán? -replicó el caballero.
-¿Pues no es lo mismo -prosiguió Chiquiznaque- decir: «Quien mal quiere a Beltrán, mal quiere a su can»? Y así, Beltrán es el mercader, voacé le quiere mal, su lacayo es su can; y dando al can se da a Beltrán, y la deuda queda líquida y trae aparejada ejecución; por eso no hay más sino pagar luego sin apercebimiento de remate.