El día anterior, estaba decidida, tenía que hacerlo. Pero al día siguiente ya no lo tenía tan claro: ¿ala delta? ¿estás loca? Me entró el pánico. Dos segundos después me dije: “venga, no lo pienses, ¿cuándo vas a tener la oportunidad de volar en ala delta en una de tus ciudades favoritas?” Así que sin pensármelo dos veces, subimos en el coche de un carioca de gran tamaño que preguntaba si estábamos seguros de lo que íbamos a hacer.
Nos dirigíamos al barrio de Sao Conrado, muy cerca del Parque Nacional de Tijuca y ya pasados Ipanema y Le Blon. Un lugar poco conocido por los turistas y realmente impresionante. Cuando llegamos al valle de la montaña Pedra Bonita, hasta la que teníamos que subir para tirarnos desde lo alto, me dio vértigo, ¿desde ahí arriba?
Fuimos subiendo y yo cada vez temblaba más…no me tiraría sola, ya que se necesita tener conocimientos de ala delta para poder tirarme por mi cuenta. Iba con una persona con experiencia, que llevaba practicando ala delta 12 años, eso me daba más confianza. Una vez arriba, me explicó los movimientos y todo lo que tenía que hacer, ya que, según me dijo, la salida era lo más importante para que todo fuera bien.
Allí estaba yo, con mi traje de ala delta preparada para saltar, mirando desde lo alto de la montaña…
Juntó su hombro con el mío y me dijo: “¡ahora!”. Cerré los ojos, corrí los más rápido que pude en dirección a la pista hecha de tablones de madera, y cuando los abrí, allí estaba: ¡VOLANDO!
No tengo palabras para describir lo que sentí, poder observar, a vista de pájaro, y nunca mejor dicho, Rio de Janeiro, a Cidade maravilhosa. Todos sus barrios, las playas, las favelas...
Creo que fueron los 15 minutos más largos de mi vida, intensos, llenos de emoción: un destino increíble y un día inolvidable.