Expande perfumes la primavera por las riberas del río Dulce entre las Hoces de Pelegrina. En medio de la seca tierra Castellana, asoma un asombroso barranco verde y húmedo con abundantes nogales, fresnos, sauces, álamos… en conversación de siglos con los humanos que aquí asentaron su vivienda mucho después de que la erosión y el agua formaran visiones de hermosura entre estas rocas calizas donde juguetean, se esconden, aparecen ante nuestros asombrados ojos cuevas sinuosas, milenarias torcas, porosas tobas, geología asombrada hija y nieta de antiguos mares, de glaciares con millones de años…
Desde el Castillo de Pelegrina contemplamos este asombroso circo del río Dulce.
Treinta y seis kilómetros de río que llega hasta el Henares, para caminar acompañando al Jarama y después al dolorido Tajo, el río Dulce duerme finalmente en el océano Atlántico. Desde el kilómetro ciento dieciocho de la autovía dos, salimos dirección Sigüenza hasta el pueblo de Pelegrina. Un momento antes hicimos una parada en el Mirador Félix Rodríguez de la Fuente quien recorrió numerosas veces estos senderos que hoy haremos nosotros.
Unos metros antes del desvío a Pelegrina llegamos al MIRADOR FÉLIX RODRÍGUEZ DE LA FUENTE desde el que gozamos de asombrosas vistas.
Es necesario aparcar antes de entrar en el pueblo, de modo que ya caminando llegamos al inicio lírico y bucólico de nuestra marcha. Una asfaltada pendiente se inclina hasta la margen derecha del río que sosiega la vista y el corazón entre nogales, álamos, fresnos de verdor risueño, de altura llamativa. Pronto encontramos un puente de madera que lo cruza hacia nuestra derecha. Las rocas con sus formas de gigantes, de llamativas ventanas, de retorcidas sinfonías habían detenido más de una vez nuestra marcha en toques de admiración y embeleso.
El sendero asciende en suave pendiente, sobre nosotros una nidada de buitres entre la oquedad de alguna roca, en el cielo vuelos de apaciguadas parejas de buitres, de águilas perdiceras, en nuestro camino quejigos y encinas hasta llegar a las campas altas donde el verdor de la hierba de esta primavera se mezcla con espinos y enebros en los que revolotean pequeños y variados dípteros, brillantes colirrojos, gorriones de inquieto vuelo. Hacia el cauce del río dominamos las quebradas y los requiebros repletos de altos chopos, de serenos sauces, el arroyo hace sinfonías incompletas entre meandros y breves cascadas.
Cascada del Gollorio está sin agua en esta época de avanzada primavera. El entorno es sereno, risueño, sublime…
Así llegamos hasta la nombrada Cascada del Gollorio, sin agua en esta temporada calurosa. El sendero continúa entre alturas de verdor y trinos, de cantuesos y mariposas, cruzamos el Arroyo del Gollorio y enseguida comienza un descenso en el sendero hasta que llegamos a un marcado desvío que nos adentra de nuevo en la orilla del río.
Cruzamos nuevamente hacia la margen derecha por unas piedras labradas y situadas a modo de puente. Sombra y quebradas, vegetación y sonidos de innumerables aves nos invitan a un silencio a corazón abierto para respirar naturaleza en sus versiones de color, sonido, sosiego, libertad, fortaleza…
Caminamos despacio, por no querer salir del paraíso recién descubierto; caminamos despacio para conversar con los quejigos y los blancos álamos del río; caminamos despacio para entregar nuestro corazón a la tierra que habitamos y acuna nuestro pasado y nuestro futuro en un presente de idilio enamorado. Así llegamos a la caseta donde Félix Rodríguez de la Fuente guardaba material de sus múltiples expediciones y trabajos por esta zona.
Volvimos al pueblo. Aún nos quedaron fuerzas, hoy caminamos menos de lo que tenemos por costumbre, para subir hasta el Castillo en ruinas desde el que se domina una amplitud inmensa del magnífico descubrimiento que hicimos esta mañana en el recorrido de los barrancos de Las Hoces del Río Dulce.
Javier Agra