Río revuelto - Joan Didion

Publicado el 19 marzo 2020 por Elpajaroverde
Ayer Facebook me recordó un pequeño fragmento de la obrita Pushkin y Pugachov escrita por Marina Tsvietáieva que compartí hace tres años en mi perfil de esa red social. Cuando digo ayer me refiero al día anterior al hoy en que escribo esta reseña, que no es el hoy en que la publico ni el diferente hoy en el que cada uno de vosotros la estáis leyendo. Para ser más concreta ese ayer es el día 1 del estado de alarma que se ha decretado en nuestro país. Y no es que tenga mucha importancia cuando haya sido ese ayer y ese hoy para lo que os vengo a contar, es solo que estoy pensando que, tal vez, pronto se empiece a hablar de dos eras muy diferenciadas: la anterior y la posterior al COVID-19.
No, no es del coronavirus de marras de lo que os vengo a hablar y supongo que alguno de vosotros agradecerá un espacio libre de virus y contagio tanto vírico como informativo, un pequeño oasis en la era aún no posterior que nos recuerde a la anterior. De lo que vengo a hablaros es de ríos, de libros y de vida. Y sí, poco o nada tienen que ver Pushkin, su Pugachov, mi Marina Tsvietáieva y la fría Rusia de todos ellos con Joan Didion, su Lily y su Everett y la cálida California de estos tres. Pero Lily y Everett, sus familias y vecinos habitan en un valle en torno a un río, la novela de Joan Didion que hoy os traigo lleva por título Río revuelto y la cita que me recuerda Facebook de Pushkin y Pugachov dice así:
«Hay libros tan vivos que temes que cambien antes de haber tenido tiempo de terminar de leerlos, al igual que un río cambia; viven mientras tú también vives, al igual que un río pasa y se va. Nadie ha entrado dos veces en el mismo río. ¿Habrá entrado alguien dos veces en el mismo libro?».
El mundo ha cambiado mientras leía este libro. Mi mundo ha cambiado (alguno de vosotros ya sabéis que además de en casa me he quedado sin trabajo). La lectura de esta novela, sin embargo, ha permanecido aparentemente estanca. Aparentemente, hay que subrayarlo, porque su parálisis es artificiosa. Su corriente es apenas imperceptible, destellos dorados del implacable sol californiano sobre su superficie; pero sus frases son torbellinos, remolinos que nos arrastran hacia nuestro epicentro y amenazan con hundirnos. Esas frases: frases-río. Nadie ha entrado dos veces en el mismo río. Nadie entra dos veces en el mismo libro (te contesto, Marina Tsvietáieva). Nadie entra dos veces en la misma frase de Joan Didion («Cuando sabes que sabes algo de ti mismo, pero que no lo sabías entonces»). Cito a Didion entre paréntesis como homenaje  a la autora porque el contenido entre sus paréntesis es maravilloso: remolinos bajo la falsa superficie.
No sé por dónde empezar. Debería empezar por el principio, obviamente, pero no sé cuál es ese principio. No sé qué hago estrenándome con Joan Didion explorando una de sus facetas menos conocidas, la de novelista, cuando siempre he querido leer El año del pensamiento mágico, cuando no hace demasiado me fijé en sus Noches azules (no importa, cuando estéis leyendo esto probablemente ya me haya adentrado en otra lectura de duelo y pérdida pero escrita por otra autora). Pero la vida es río de corriente inesperada y caprichosa y heme aquí leyendo la primera novela de la escritora californiana, una primera novela con olor a gran clásico de la literatura estadounidense del siglo XX, una primera novela con olor a gran adaptación cinematográfica de esas que hacen olvidar el libro en el que se basan.
Joan Didion empieza por el final y es natural que así sea porque todo final se ha comenzado a escribir en su comienzo, porque «¿acaso había en la vida de alguien un momento fuera del tiempo despojado de memoria, un momento en el que la elección fuera otra cosa que la suma de todas las elecciones ya pasadas?» Joan Didion comienza con un disparo y termina con otro apenas separados en el tiempo («él había estado cargando el arma para pegarle un tiro a la furia sin nombre que lo perseguía desde hacía diez o veinte años. Lo único que había sucedido ahora era que el espectro había adoptado un nombre, y ese nombre era Ryder Channing») y, entre medias, toda una vida (todo un río de miserias).
Toda un vida que trascurre entre 1938, año en el que (no, no se conocen porque ya se conocen de toda la vida pero sí, si se conocen porque es entonces cuando se dejan arrastrar por lo inevitable (lo inevitable porque nadie que se deja llevar por un río hace nada por evitar su deriva)) una jovencísima Lily y un joven Everett se casan, y 1959, año de ese verano en el que suenan los disparos («Lo único real había sido el disparo y todavía podía oírlo, retumbando reverberante por todos los anteriores, recorriendo el territorio oscuro que separaba los juegos a los que habían jugado de niños y a los que jugaba ahora, la niña que había sido y aquello que era ahora, sentada en la silla de petit point y consciente de que Everett no iba a permitirle que arreglara la situación»).
A Lily no se le da bien la gente, ni el día a día, «toda su vida con Everett era una improvisación que dependía de una serie de apuntes que un día ella no conseguiría oír, de una serie de papeles de los que iba a olvidarse en cualquier momento». «No estaba segura de que su relación fuera a ir bien, ni aunque pudieran volver a aquella mañana en el río y empezar de nuevo; como no sabía exactamente qué iba mal, era inevitable que la segunda vez saliera también mal». Everett es un hombre que aspira a la tranquilidad, algo que no le diferencia tanto de ninguno de nosotros ni de ninguno del resto de personajes de esta novela si no fuera porque él aspira a la tranquilidad por encima de todas las cosas (el río apacible es falso, Everett. Los remolinos están ahí por más que te niegues a adentrarte en ellos. «La vida ideal», tal como la ve tu suegra, «se caracterizaba por estar siempre tirando por la borda los desechos que uno iba acumulando» pero en la vida real los desechos se pegan a uno y tornan nuestro río nauseabundo).

Hop with sunlight, fotografía de Annemieke Cloosterman


Me pregunto qué es lo que impele a algunas personas a casarse a una edad tan temprana, cuando aún no se sabe lo que se quiere de la vida (si es que alguna vez llega a saberse). Lily discute una vez con su cuñada sobre el matrimonio, sobre si debe estar motivado por el amor. Comenta algo sobre que basta con que una de las dos personas decida cuidar de la otra y tras pensarlo admite para sí misma que es cuestión de asumir un compromiso. Martha, la hermana de Everett, concluye: «¿Quién ha amado a nadie durante más de dos semanas? Salvo a tu propia familia. O quizá a alguien con quien ya has vivido durante años y años, no estoy segura».
Me quedo pensando en ese amor de dos semanas y en ese otro que surge al cabo de la convivencia de años y años. Tal vez Lily también pensara en ello («Te conozco y tú me conoces y nadie más nos conoce») Tal vez Lily también pensara en ello y en ella y en Everett a pesar de que «ahora le daba la impresión de que ambos estaban condenados a representarla todos los días de sus vidas, hurgando en sus recuerdos en busca de nuevos reproches, atesorando los antiguos, nutriendo los tallos imperecederos de su resentimiento con el alcohol y con la adrenalina inagotable que generaba lo que ella suponía que era (al menos no conocía otro nombre con que llamarlo) amor».
Joan Didion firma una brillante novela de prosa pulida e impecable. Sus personajes (ríos de aguas oscuras) son complejos y poliédricos y no me duelen prendas reconocer que no he conseguido abarcarlos ni comprenderlos en su totalidad. La opresiva ambientación es magnífica, verano tórrido e irrespirable y río contenido azotando un dique siempre a punto de resquebrajarse. Y la California de la época es un personaje más, esa California de ranchos, de pioneros conquistadores de los que proceden las familias de Lily y Everett; esa California de estirpe rancia y en decadencia que pronto quedará sepultada bajo las nuevas construcciones inmobiliarias; esa California que se resiste a que su legado desaparezca tras años y años erosionando riberas, marcando el cauce por el que corre el río que era la vida de esos californianos, el río que es este libro, el río en el que he entrado y en el que estoy segura de que, si alguna otra vez me vuelvo adentrar, ya no será el mismo río porque el río que es mi vida también habrá cambiado.
«Ella, su madre, Everett, Martha, la galería familiar entera: llevaban la misma sangre, heredada de una docena de generaciones de clérigos ambulantes, sheriffs de condado, guerreros indios, abogados rurales, lectores de la Biblia, un senador desconocido procedente de un estado de la frontera de mucho tiempo atrás; doscientos años de talar bosques en Virginia, Kentacky y Tennessee y luego la fuga, el vacío al que habían entregado sus baúles de palisandro y sus cepillos de plata; el corte con el pasado que tenía que haberlos redimido a todos. Había sido una gente particular, cuyos defectos particulares se habían pasado años esperándolos, invisible, insospechados, vislumbrados turbiamente sólo por un individuo o dos de cada generación, por una esposa cuyos ojos perplejos no querían mirar hacia Eldorado sino hacia el cornejo de su madre, por un chico de dieciséis años que a los dieciséis años ya era el mejor tirador del condado y que cuando no le había quedado nada más a lo que disparar había salido un día con el caballo y le había pegado un tiro a su hermano, por accidente. Por encima de todo había sido una historia de accidentes: de seguir adelante con la vida y de accidentes. ¿Qué quieres, pues?, le había preguntado esta noche a Everett. Era una pregunta que les podría haber hecho a todos ellos».

Jetty, fotografía de Benjamin Horn


Ficha del libro:
Título: Río revuelto
Autora: Joan Didion
Traductor: Javier Calvo
Editorial: Gatopardo
Año de publicación: 2019
Nº de páginas: 320
ISBN: 978-84-946425-9-3
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