El otro día nos descubrió a Sebastián Munín, un señor de rizos con una guitarra en las manos y mala leche disfrazada de ingenio en la boca. Compone canciones satíricas con las que da hostias a diestro y siniestro, pero siempre con elegancia y una sonrisa entre las cuerdas. Sin insultos. Sin reproches. Con elegancia.
Éste ha sido su particular homenaje a la ley Sinde:
Y éste otro, el tirón de orejas a los (des)controladores aéreos:
Este atípico cantautor también tiene letrillas dedicadas a las (malas) compañías telefónicas, a los sufridos autónomos y a los pijiprogres, muy recomendables para echarse unas risas mientras uno protesta contra cómo está el mundo, se relame de las hieles de la crisis –que al final la hiel es lo único que nos queda para llevarnos a la boca– o afila la soga que se le ciñe al cuello para perpetrar un suicidio ficticio que se consuma por entregas.
Por cierto, que gracias a Pablo también he descubierto Orsay, un proyecto cultural de altura en el que los autores –de la talla de Agustín Fernández Mallo o Juan Villoro– cobran -¡oh, cielos!- por escribir e ilustrar una revista que se vende de manera anticipada. Alucinante.