La frase parece ideada para repetirla una y mil veces ante el actual pueblo español, acobardado como corderos, incapaz de defender sus derechos y de exigir el gobierno digno, decente y eficaz al que tiene derecho. Cuando en la película preguntan a Robin qué significa la frase, el proscrito responde: "Que nunca hay que darse por vencido".
La repugnante figura del rey Juan sin Tierra, hermano de Ricardo Corazón de León, otro tirano saqueador y maleante, nos hace recordar a algunos dirigentes de nuestras actuales democracias, incapaces de respetar su palabra y envilecidos por creerse con derecho a gobernar en contra de la voluntad popular.
En muchos aspectos, Juan sin Tierra recuerda a José Luis Rodríguez Zapatero, pero con la salvedad de que Zapatero, por dirigir una democracia, es mucho peor gobernante y mil veces más culpable que aquel nefasto monarca inglés, en cuya época era comunmente aceptado el principio, vergonzosamente promovido por la Iglesia Católica, de que la monarquía es un derecho que proviene del mismo Dios, mientras que hoy, en los tiempos de Zapatero, la democracia establece que la soberanía reside en el pueblo, al que los gobernantes solamente representan, sin dejar de estar sometidos constantemente a la confianza de esos ciudadanos.
En tiempos de Juan sin Tierra, si los ciudadanos y los nobles perdían la confianza en su monarca, el rey tenía el derecho, reconocido por la Iglesia, de aplastarlos, como representante del mismo Dios, mientras que Zapatero, en estos tiempos más civilizados y humanistas, solo representa a los ciudadanos, que tienen el derecho, también reconocido ahora por la Iglesia y por la filosofía del derecho, a expulsarlo del poder cuando no sabe gobernar o, como en el caso de España, cuando está demostrado que el dirigente elegido conduce a su pueblo, error tras error, hacia la pobreza, la decadencia, el envilecimiento y la derrota.