Un partido en el que se puede decir que River ganó por dos cosas: "garra y camiseta". Ninguna otra cosa puede explicar por qué un equipo sin grandes fichajes le ganó a otro cuyo delantero centro es un internacional francés valorado en diez millones de euros.
Han tenido que pasar 19 años para que River volviese a conquistar una Libertadores, la tercera de su historia tras haberla ganado en 1986 y 1996. Éste último fue en una final en la que se ganó al América de Cali donde estaba un Marcelo Gallardo jugador que ahora es el orgulloso entrenador de un River otra vez campeón.
La verdad es que Tigres fue un digno rival, pero nunca se creyó que podía ganar a River. Los de Gallardo lograron plantear un calco de lo acontencido en Monterrey. Tigres dominó aunque sin la pegada necesaria para ganar títulos. La que sí tuvo, en cambio, un River que esperó su momento que llegó antes del descanso. Vangioni se olvidó de su demarcación de lateral, para convertirse en extremo, y poner un preciso centro a la cabeza de Lucas Alario (1-0). Lo de este chico es más que un cuento de hadas. Su protagonismo en la Copa ha sido incuestionable. Su cabezazo abrió el marcador de un Monumental que enloqueció.
La furia de Carlos Sánchez hizo añicos las esperanzas mexicanas. Aquino derribó dentro del área al uruguayo, que golpeó con toda su alma desde los once metros un balón que perforó las redes (2-0). Con el equipo mexicano rendido, llegó el tercero desde el córner. Funes Mori se impulsó en el aire lluvioso de Buenos Aires para tocar el cielo (3-0). La fiesta era millonaria. A Tigres le faltarón garras. River Plate llora de felicidad por volver a ser la envidia de América.
Fernando Cavenaghi anunció su retirada del fútbol una vez concluído el encuentro.