En todo este lamentable asunto, el partido de Rivera no ha hecho otra cosa que buscar su propio rédito político envuelto en un discurso para incautos sobre la necesario regeneración política que el país reclama y que sigue sin llegar. Si de verdad las cosas fueran como las quiere hacer ver Rivera con su relato a beneficio de inventario, Ciudadanos habría roto con el PP y se habría sumado a la moción de censura del PSOE. El líder de la formación naranja pretende hacernos comulgar con la idea de que la corrupción del PP de Madrid no va más allá de Cifuentes y que, una vez que esta ha dimitido, la casa vuelve a oler a rosas. Se olvida interesadamente de incluir en lista a nombres como Granados, González, Aguirre o Rato, por solo mencionar los más relevantes.
Es comprensible que Rivera se vea en la necesidad de hacer circular esa majadería para justificar que su partido continúe apoyando a un PP corroído por los escándalos en la comunidad de Madrid. Con sus votos aupará a la presidencia de la comunidad a Ángel Garrido, el gris número dos de Cifuentes, a la que defendió sin rubor en el escándalo del máster y al que Rajoy ha nombrado a dedo - marca de la casa - para quemarse a lo bonzo hasta las elecciones del año que viene. Rivera no es creíble cuando habla de sanear la vida política española porque tiene la oportunidad de producir un cambio político en Madrid para apartar al PP del Gobierno y la va a ignorar.
En realidad, Rivera y los suyos solo piensan en hacerse fuertes en Madrid a costa de un presidente interino y de perfil político bajo al que ya sueñan con barrer el próximo año en las urnas. Ese y no otro es el interés que mueve a Ciudadanos por mucho que lo pretenda enmascarar con un discurso superficial sobre la regeneración que luego desmiente con los hechos. ¿Regeneración? ¿Qué regeneración? Más bien una nueva degeneración política de este país, una más.