Hurley es el octavo disco de Weezer y en él encontramos pocas novedades bajo el sol: pop guitarrero elegante y bien producido, sin más. Parecen haberse convertido en un grupo que ha caído en la autocomplacencia, cuando potencialmente podrían dar muchísimo más de sí. Cualquiera que los descubra con su último disco dirá: ¡coño, si mola! Sí, mola. Pero llevan toda la vida dándonos croquetas y a mí ya me está empezando a subir el colesterol.
Quizá ocurra con el powerpop como ocurrió en su día con el grunge, que, en cierto modo, ha quedado ‘obsoleto’(entiéndanse esas comillas) y necesita unos añitos de reposo o ser vendido de otra manera que lo haga parecer nuevo (cuánto grupo rock indie actual bebe del grunge). Podríamos decir que no nos la iban a colar, que la publicidad no nos afecta. Pero ellos son más listos que nosotros. El caso es que Weezer, necesitan insuflar algo de aire fresco en sus trabajos: menos himnos pop y más chicha. Un poco más de anti-Jakob, Rivers.
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