Riviera Maya 2013/II

Publicado el 13 abril 2013 por Diezmartinez

En el cine mexicano la gente no trabaja. O, dicho de otra manera, no vemos cómo trabaja. De hecho, en el cine de ficción nacional, si exceptuamos acaso las películas populacheras/sindicalistas de Alejandro Galindo y los melodramas urbanos de Ismael Rodríguez con el sufrido/esforzado Pepe el Toro, el trabajo siempre es un confuso telón de fondo, pero nunca el centro de atención del creador cinematográfico ni de sus criaturas cómico-dramáticas. (Podría decirse lo mismo con respecto a las exitosas comedias en las que Cantinflas encarnaba diferentes oficios: lo importante era Cantinflas, no el trabajo que ejecutaba en cada una de las películas).  El cine documental es otra historia, por lo menos en la última década: con mayor o menor fortuna, el documentalista mexicano se ha interesado en trabajos, oficios, procedimientos, acciones, formas de vida, desde el impresionista fresco de la construcción del segundo piso lopezobradorista En el Hoyo (Rulfo, 2006) hasta la crónica de cómo se gana un dinerito un anciano nahua en Silvestre Pantaleón (Olivares y Smith, 2010) pasando por el éthos de ciertos cacos/cuicos legendarios en Los Ladrones Viejos (González, 2007). A esta misma estirpe fílmica pertenece Calle López (México, 2013), primer largometraje como cineastas del cinefotógrafo Gerardo Barroso Alcalá y la colorista y cinefotógrafa Lisa Tillinger. Los dos cineastas noveles son los responsables de la fotografía en blanco y negro de este documental que, en 80 minutos de duración, nos muestran los afanes de una treintena de personas de todas las edades -desde el anciano barman Pepito hasta la chamaquita de escasos cuatro o cinco años que chambea al lado de sus papás- que se parten el alma chambeando en la calle López del título, una rúa del centro histórico chilango que, cliché y realidad obligan, parece que nunca descansa.  A través del funcional montaje de León Felipe González se nos presenta los afanes de una docena de chambas y negocios, fijos y/o ambulantes -una pollería, un changarro de café, una camioneta en el que se venden piñas, una doña que vende quesadillas en la calle, una diligente lavadora de autos, el inevitable viene/viene, un restaurante de paella, una taquería, un negocio de jugos y licuados, una tintorería, una zapatería, etcétera-, que van abriendo a lo largo del día ofreciendo sus servicios a quien quiera o a quien se deje. Enfoncando/desenfocando continuamente las acciones, alternando los planos generales de conjunto con algunos abarcadores top-shots y estos con algún regocijante hallazgo cómico/procedimental -esa niñita afanosa doblando cartones y equivocándose ("¡Puta madre!")- o con el mosaico de comportamientos de una runfla de viejitos cábulas en cierto bar casi clandestino -¿el mismo changarro de Malaventura (Lipkes, 2011) y Aquel Cuyo Rostro No Irradie la Luz (Bussman, 2011)?-, los cineastas Tillinger y Barroso entregan un vibrante retrato de la chinga que es trabajar que es vivir que es gozar porque, eso sí, nunca se ve a nadie quejarse de nada. No tienen tiempo para la queja: tienen que talonear. Si no, no comen.