Robert Lowell y la memoria perdida de Buenos Aires

Por Verdi0381

                                                     Robert Lowell                                                       (1917-1977)
Se dice que Jorge Luís Borges tenía repulsión patológica por igual tanto a los excesos del licor como al sexo. Como si se tratara de una burla del destino o un oxímoron de esos que solía usar en sus textos, en una suerte de feliz error, Borges se conoce con Lowell en 1962. La anécdota del desencuentro entre los dos poetas, cruza transversalmente el ridículo, la sobriedad y trasciende lo literario.
El poeta español Rafael Alberti estaba de paso en una reunión en casa del genio argentino. El español iba bastante bien acompañado, pues según el relato, Lowell le puso encima los ojos de inmediato a la fémina que lo acompañaba. El bardo norteamericano se dio a beber una buena tanda de martinis, hasta caer fulminado por completo en medio de la sala, cual si fuera un pugilista vencido por su ambición etílica. Borges hizo un par de bromas y luego, tiempo después del incidente desdeñaría de las capacidades intelectuales de Lowell diciendo que jamás lo leería y que además, como colofón a la vergonzosa actitud demostrada ante la amiga de Alberti, diría a Bioy Casares: "es un completo idiota".
Sin embargo, de aquel desencuentro no podía solamente salir un episodio desopilante y trágico ―pues Lowell fue internado en un sanatorio donde fue tratado con medicamentos y atado con camisa de fuerza hasta que recobrara la cordura―, también salió, durante los dilatados paseos de Lowell por Buenos Aires, un poema de gran belleza íntima, como esos que solía dejar la pluma de este escritor aficionado a las mujeres bellas y al que movía una destructora pulsión por la beodez.
El poema al parecer carece de traducción, aunque en estos tiempos de Internet esa probabilidad es poco plausible y más bien se la achaco a falta de tiempo para encontrarla. Lo cierto es que me decidí a hacer la traducción libre del poema «Buenos Aires», escrito bajo el influjo de la París del cono sur. En él resuenan ecos fastuosos e imágenes propias de la estética intimista, que consiguen provocar en el lector sensaciones variadas que evocan una ciudad fantasmagórica y tumultuosa. Las comparaciones son odiosas siempre, y aquí, desde luego no hallaremos comuniones de figuras o tropos entre los lenguajes de los dos autores tan dispares, como pueden ser las pampas argentinas del Gran Cañón del Colorado.
P.D: El poema va con su respectiva versión en inglés para que los lectores anglófilos puedan hacer su propia tasación de estas azarosas lides: tergiversar las ideas originarias del autor en otra lengua es siempre un oficio ingrato, difícil y en ocasiones, deleznable.
Buenos AiresRobert Lowell               Febrero 1 de 1963
En mi habitación en el Hotel ContinentalA mil millas de ninguna parte,Escucho La voluminosa, la fornida respiración de las manadas.
Ganado adornando mi ropa nueva:Mi abrigo de cojera, de gamuza color castaño,Mis zapatos afiladosQue torturan mis dedos gordos.
Un decoro falso fin de siecle Roncaba sobre Buenos Aires,Perdido en las pampasY corriendo por las barracas.
Viejos hombres fuertes niegan apoteosis,Quiebra, a lomo de caballo, sueldan sus manadas, conmovido Mármol blanco en dos patas, cascos de luna,Para patear al país vencido.
Romántica escultura militarSables ondeando sobre arquitectura Dickensiana,Escuadrones lacónicos patrullaban los espacios en blancoDejados por el pobre invisible.
Todos los días leo en los periódicos sobre los golpes de EstadoDel plomo y los generales interinos―trozos de masa en el tablero de ajedrez―nunca vieronSus tanques contramarchando.
A lo largo del paseo de cipreses iluminado por el solDel cementerio de los Mártires Republicanos,Cientos de templos Romanos de una habitaciónAbrazaron sus neo-clásicos catafalcos.
Bustos literalmente conmemorativosConservan los ranosos abrigosY quisquillosas frentes acanaladasDe esos burócratas soldados.
Por sus puertas descocadasUn centenar de diosas marmóreasLloran como sauces. Encuentro descansoAhuecando una suave palma para cada duro pecho
Esa noche caminaba por las calles.Mis pellizcados pies sangraron en mis zapatos. En un parqueYo me rindo a la seducción de la oscuridadCuerpos pitón de semidioses del Nuevo Mundo.
En todas partes, los bramidos del viejo toro―Los amordazados perdedores aún rugíanPara la bruta carne de Perón,Las nínfulas de Don Giovanni.
En la plaza principalUn obelisco de piedra blancaSe irguió como un faloSin carne o pelo―Siempre mi faro―Regreso al hotel!Mi respiración blanqueaba el aire invernal,Yo era el peor para el desgaste.Cuando la negrura de la noche se derrama,Yo veo la luz de la mañanaSobre Buenos Aires colmadaCon un adusto cuello almidonado de multitudes.
Robert Lowell-Buenos AiresFebruary 1, 1963
In my room at the Hotel Continentala thousand miles from nowhere,I heardthe bulky, beefy breathing of the herds.
Cattle furnished my new clothes:my coat of limp, chestnut-colored suede,my sharp shoesthat hurt my toes.
A false fin de siecle decorumsnored over Buenos Aires,lost in the pampasand run by the barracks.
Old strong men denied apotheosis,bankrupt, on horseback, welded to their horses, movedwhite marble rearing moon-shaped hooves,to strike the country down.
Romantic military sculpturewaved sabers over Dickensian architecture,laconic squads patrolled the blanksleft by the invisible poor.
All day I read about newspaper coup d’étatsof the leaden, internecine generals—lumps of dough on the chessboard—and never sawtheir countermarching tanks.
Along the sunlit cypress walksof the Republican Martyrs’ graveyard,hundreds of one-room Roman templeshugged their neo-classical catafalques.
Literal commemorative bustspreserved the frogged coatsand fussy, furrowed foreheadsof those soldier bureaucrats.
By their brazen doorsa hundred marble goddesseswept like willows. I found restby cupping a soft palm to each hard breast.
That night I walked the streets.My pinched feet bled in my shoes. In a parkI fought off seduction from the darkpython bodies of new world demigods.
Everywhere, the bellowing of the old bull—the muzzled underdogs still roaredfor the brute beef of Peron,the nymphets’ Don Giovanni.
On the main squarea white stone obeliskrose like a phalluswithout flesh or hair—
always my lighthousehomeward to the hotel!My breath whitened the winter air,I was the worse for wear.
When the night’s blackness spilled,I saw the light of morningon Buenos Aires filledwith frowning, starch-collared crowds.