Jürg Amann.
Robert Walser.
Una biografía literaria.
Traducción de Rosa Pilar Blanco.
Siruela. Madrid, 2010.
El día de Navidad de 1956, a los setenta y ocho años, durante un paseo por la nieve, moría Robert Walser. Unos niños encontraron su cadáver cerca del manicomio de Herisau, donde había pasado los últimos años de su vida.
Paseante compulsivo y prosista notable, personaje extravagante y solo, hasta su internamiento en Herisau, vivió deambulando de un lado para otro de forma incontrolable. Los remites de sus cartas tienen unas cincuenta direcciones: diecisiete lugares distintos en Zurich, quince en Berna, y muchas otras en Biel, Basilea, Stuttgart y Berlín. Era una forma de ocultarse, de que nadie que lo buscase pudiese encontrarlo.
Susan Sontag lo definió como un escritor fundamental, dotado de las virtudes del arte más maduro y civilizado. Había empezado a escribir en la adolescencia, a la vez que decidía retirarse del mundo. De hecho, Walser se planteó la escritura como una vía de escape de la realidad, como una forma de echarse a un lado. Ya en su primer texto imaginó su suicidio y se proyectó en la figura de un hijo pródigo que reclamaba atención.
A partir de ese momento se va delimitando el universo literario de Walser en torno al deseo de no ser nadie, de no llegar a ninguna parte, de perderse, como en sus paseos, entre los objetos sin propósito definido, de borrar el yo y destruir la propia identidad. Porque en Walser la realidad, como la escritura, está en un proceso de desintegración constante, de disolución en lo mínimo.
Robert Walser fue el más elusivo, el más solitario de los escritores solitarios, huyó de todo vínculo con el mundo, de toda posesión que lo atara a algún sitio de la vida o la literatura. Paseó mucho, compulsivamente, siempre en huida, pero se esforzó en no dejar más huellas que las de sus pisadas en la nieve poco antes de morir y las más persistentes, las de su literatura.
Extraño, inquietante, ausente del mundo, desvinculado de los hombres y de sí mismo, su biografía es tan opaca que -como señaló Sebald- forma parte más de la clandestinidad y de la leyenda que de la historia.
Por eso es especialmente meritorio el esfuerzo de Jürg Amann en la biografía literaria que acaba de publicar Siruela. Espléndidamente escrita, sus trece capítulos son trece asedios a la huidiza figura de Walser, un constante ejercicio narrativo y conjetural sobre su personalidad enigmática.
Hay un territorio que acogió a aquel escritor helvéticamente retraído, como lo definió Sebald: el de la literatura. Y de literatura está hecha este excelente acercamiento a la figura de Walser, que propone un recorrido por su literatura, por su vida y por algunas de las fotografías que resumen su personalidad y su evolución.
Cada uno de los capítulos va ilustrado no sólo por un abundante material gráfico, sino por numerosas textos extraídos de la obra de Robert Walser. Textos que trazan paralelamente a la biografía de Amann una autobiografía del autor de El ayudante.
Y no sólo una autobiografía. Este libro ofrece también la amplia antología de una obra que puede leerse en esa clave, porque muchas de sus novelas tienen un componente autobiográfico fundamental.
En Robert Walser o la escritura como paseo escribía Luigi Amara:
Ocuparse de un hombre tan elusivo como Robert Walser, quien se resignó a vivir en un manicomio para darle la espalda al mundo, con la esperanza de que allí quizá sí enloquecería para siempre, vegetando por los rincones a la manera de Hölderlin, no tendría por qué estar libre de riesgos y contrariedades. A fin de cuentas, por más que sobresaliera en el arte de pasar inadvertido, por más que su mano derecha sintiera cierta animosidad hacia la pluma en vista de que su huella es más perdurable y enfática que la del lápiz, si en algo falló Robert Walser fue en su propósito de difuminarse en las catacumbas de lo indistinto, en que precisamente a causa de su escritura no fue capaz de completar la obra maestra de la invisibilidad.
Gracias al esfuerzo de su amigo Carl Seeling y de Jürg Amann, Walser es hoy no menos elusivo, pero sí algo más visible.
Santos Domínguez