algo que toque más que ellos,
para delegar allí su oficio de río demasiado compacto.
He comprendido esto
en algunas partes tuyas
y en algunos de mis últimos olvidos,
cuando de pronto los dedos me desaparecen.
Me lo dice también
la casi agua ya no sé si razonable
que me baja de la frente
como queriéndome tocar.
Me lo enseña
la ausencia de ese dedo que no tengo
para tocar tus ojos,
y el dedo de tus ojos
que necesito para tocarme yo.
Yo no sé qué es lo que toca
la sombra de mis dedos,
ni tampoco
qué sombra de qué dedo
me está tocando a mí.
Tal vez todas las cosas sean un tacto
que anda buscando otro
para cambiarse por él.