Ambientada a finales de la Tercera Cruzada, esta nueva versión de Robin Hood nace con la intención de mostrar la historia que precede al mito del ladrón de Sherwood. Partiendo de la base de que no existe ningún vestigio que asegure la existencia real de nuestro forajido, resulta interesante el ejercicio llevado a cabo por Ridley Scott y el guionista Brian Helgeland para situar la posible existencia de Robin Hood en su contexto histórico - político y relatarnos los hechos que precedieron a su condición de proscrito de manos del rey Juan sin Tierra.
Así pues, podríamos considerar al Robin Hood de Ridley Scott como una suerte de precuela del resto de versiones que han visto la luz hasta el momento: desde la protagonizada por el inmortalizado Errol Flynn (también australiano), hasta la versión de Kevin Reynolds protagonizada por Kevin Costner; pasando por versiones tan dispares como la parodia de Mel Brooks (1993) o la adaptación "made in Disney" (1973). Echando un vistazo a la filmografía de Robin Hood podemos encontrar otro dignísimo ejercicio de reinvención del mito al estilo del realizado por Ridley Scott aunque a la inversa. Este lo encontramos en Robin y Marian (1976) que supone, para muchos, la mayor obra de Richard Lester. En ella encontramos a nuestros personajes varios años después en su etapa crepuscular y se cambian las aventuras por el drama. Con lo que podemos establecer una línea entre esta última adaptación como precuela, las demás versiones como centro de la historia, y Robin y Marian como el final de la historia. Lo más curioso de todo es que tanto Russell Crowe como Sean Connery han adoptado el rol de Robin a la misma edad (45 años) a pesar de que el primero todavía no se había convertido en una leyenda y el segundo ya estaba más que pasado de vueltas.
La otra gran novedad que aporta esta adaptación es el cambio de mensaje de Robin. Situados en un momento convulso para Inglaterra, en la completa bancarrota y con la amenaza de una guerra civil; ya no estamos ante el reparto de riquezas entre ricos y pobres, sino que Longstride (así se apellida aquí nuestro héroe) abraza los valores liberales del derecho a la propiedad privada y demás. Un mensaje y unos valores que, al igual que ocurriera en, por ejemplo, Braveheart (recordemos el famoso grito de Mel Gibson por la libertad al final de la misma) difícilmente podrían haberse dado en plena Edad Media, pero que ilustran bien los sentimientos actuales.
Si juntamos el cambio de mentalidad del protagonista y las intenciones de ofrecernos un fondo y un contexto más verosímiles a los ojos de la historia, nos encontramos la versión más adulta hecha hasta la fecha. Ahora bien, Scott no se olvida de que se trata de una película de aventuras y que el presupuesto invertido requiere de sus correspondientes beneficios en taquilla. De ahí que no falten sus dosis de romance, acción, violentas batallas y su punto cómico.
Ridley Scott ha tirado de oficio y de los recursos adquiridos en cintas como
Y si hablamos de comparaciones inevitables hay que hablar de Spielberg. Por raro y aventurado que pueda parecer al buen lector, las similitudes son más que evidentes entre el desembarco francés en las costas inglesas de Robin Hood con la escena inicial de Salvar al soldado Ryan. Cambiamos las mallas y espadas por rifles y uniformes de la 2ª GM, así como las flechas por bombas y estamos ante la misma secuencia con algunos siglos de diferencia.
Robin Hood es un film en muchos aspectos correcto, no pasará a la historia como una de las grandes obras de Ridley Scott, ni mucho menos, pero es innegable que sus más de dos horas se pasan como si nada, algo a lo que ha ayudado también su excelente reparto. Russell Crowe, sí, pone la misma cara que en Gladiator y los flashbarcks con los que redescubre sus orígenes son un truco que ya chirría demasiado, pero sabe imprimirle su carisma a Robin.
Aunque quienes sobresalen de veras son los secundarios, desde Max Von Sydow como Sir Walter Loxley que acoge a nuestro héroe como a un hijo y se convierte en una especie de mentor, a la dupla de malvados conformada por Mark Strong (Godfrey) y Oscar Isaac, que emulando a Cómodo en Gladiator, hace de un envarado e inseguro rey Juan I.
Cate Blanchett por su parte, se merece una atención especial. Es de las pocas actrices que consigue transmitir verdad en cada personaje haciendo creíble situaciones y actitudes que de otro modo consideraríamos impensables. Su lady Marian se aleja del prototipo de doncella desvalida y se muestra como una mujer decidida y con iniciativa, acorde a los tiempos que vivimos. Junto a Robin, vive el surgimiento del romance tantas veces contado de forma muy natural aunque algo esquemática. Este amor, eso sí, es determinante para el devenir de algunas situaciones y el avance de la trama.
Bien, este Robin Hood que toma por bandera el liberalismo tiene muchos ingredientes para ser un éxito y demuestra que el mito sigue estando en buena salud a pesar de las innumerables adaptaciones que se han hecho. Tanto, que no es descabellado pensar en alguna futura secuela, o sea, contar la historia que todos conocemos.
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