Para realizar la enésima película de un mito con menos fiabilidad histórica que de la virginidad de la virgen, el director nos presenta a un Robin patriota, luchando junto al tirano -nada que ver con Sean Connery- Ricardo Lyon Hart, como un soldado más. Algo que me hacía intuir en un dibujo más profundo de la sesera de nuestro héroe o, por qué no, una genial vuelta de tuerca que convirtiera a este truhán en un sucio ladrón, un exiliado, un terrorista del medievo, un vividor, un antihéroe, un putero, algo... Pero no amigos. Tras la primera hora nuestro Robin se convierte en el mismo pelmazo que hemos estado viendo desde el technicolor: bravo, masculino, arrebatador, justo, honrado... vamos, un coñazo. Y por no habar de las escenas de acción que, aunque muy recortadas, sólo consiguen agotarnos tras las horas y horas de batallas medievales que nos hemos tragado ya con El Señor de los anillos. Malos tiempos estos para la originalidad hollywoodiana y buenos para los productos de fácil digestión. Ñam.
Pitu