Su documental explica cómo amaba actuar y lo que pasaba cuando dejaba de hacerlo
Robin Williams fue la simpatía extendida en carcajadas para compartir. No tanto con sus hijos. No por gusto, sino por necesidad. La de hacer reír y nunca parar, porque sino es regresar a la oscuridad. Eso y más retrata la directora Marina Zenovich en su documental Robin Williams: Come Inside My Mind, donde abre la boca y mente del comediante para capturar lo complejo que fue ser un personaje.
Su voz revive para guiar, en 112 minutos, la energía que gozó y resistió. Desde niño como hijo único, hasta uno de sus hijos que habla cómo fue de padre. Como documental tradicional, incluye entrevistas con amigos y parejas más cercanas, todas llevan a los escenarios y destripan eso de lo que se burlaba en sus shows, lo que hay detrás de la mente.
Si la improvisación que poseía se estiraba en caracterizaciones impredecibles, surrealistas e hilarantes, todo debía marchar bien. Y no, nunca fue así. ¿Cómo digerirlo? No se tiene por qué, si alguien ofreció su vida para hacer reír a los demás. Para sentirse y hacernos sentir bien. Para olvidar.
Desde niño, se gestó Robin Williams El Personaje. De madre ingeniosa con padre distante, se hizo Robin Williams La Persona. El resultado fue una mezcla de Robin’s que sólo entenderían por completo los seres a su alrededor. El resto vio sus ocurrencias en películas y televisión, arriba del escenario, con el cuerpo de adulto y alma de niño. Sin pensar en los restos de la infancia.
Hizo del humor el salvavidas para navegar. Como carcajadas, con poco tiempo para digerir. A veces no fue suficiente y estuvieron las mujeres y las drogas. Pero las hizo a un lado. Su magia era divertir y con ella podía olvidar, quizá la infancia, misma que repitió con sus hijos. No fue esto lo que lo terminó con su vida, sino lo que la construyó.
Pero Robin Williams, la creación del Personaje, fue el regalo más generoso que hizo Robin Williams La Persona. Esa hiperactividad que se transformaba en introspección, dejó empatía y abrazos hacia donde quiera que esté. Aunque pocos lo intuyeran. Una petición mínima, con las risas que dejó distribuidas para eternas generaciones.