No fue tu peinado. No fue tu forma de vestir. No fue siquiera tu indudable atractivo.
No.
Fue esa manera de escupirme las verdades a la cara. Ese arrastrarme hacia el inconformismo. Hacia la rebeldía. Fue la forma en la que me hacías sentirme vivo. Tu fuerza. Tu indudable realidad. Fue ese mostrarme el camino que muchos quisieron ocultarme. Fue ese hundirme en las venas de la noche entre alcohol y humo de tabaco.
Te conocí cuando aún era muy joven. Cuando los demás querían mantenerme sumido en la inocencia, cuando apenas conocía lo que la vida me iba a ofrecer… y me cambiaste. Pusiste la verdad frente a mis ojos. Me enseñaste la vida. Me enseñaste la noche. Me enseñaste que no hay por qué seguir los patrones establecidos por lo socialmente aceptado. Me enseñaste a vivir.
Me enseñaste que cuatro acordes desgarrados por una vieja guitarra podían decir muchísimo más que los consejos de los que te desconocen. Me enseñaste que la poesía no solo está en los libros. Y me hiciste sentir… ¡de qué manera!
Comprendí que no eras como los demás. Comprendí que en ti hallaría secretos, respuestas y verdades, soluciones a problemas que aun sin saber que ocurriría, la vida me acabaría planteando.
Y comprendí que eras más, mucho más que música. Comprendí que eras fuerza, rabia, descaro, arrojo, ganas de comerse el mundo. Comprendí que eras la vitalidad, la intensidad.
Comprendí que eras actitud. Una forma de entender la vida. Una forma de vivirla.
Comprendí que eras rock. En el más amplio sentido de la palabra.
Solo rock.
Todo.
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