Rock of Ages

Publicado el 20 agosto 2012 por José Angel Barrueco

Rock of Ages es la adaptación cinematográfica de un célebre musical inspirado en las canciones del rock duro de los años 80. La película, dirigida por alguien que sólo parece aceptar proyectos de encargo, supone un agradable entretenimiento y quizá sea el filme con más altibajos que he visto en años. Lo explico a continuación:
Puntos bajos del largometraje. El germen de la historia es típico: una chica de pueblo que recala en la gran ciudad, que quiere ser cantante y empieza como camarera (recordemos, por ejemplo, El Bar Coyote, entre otras) y que encuentra a un chaval que atraviesa las mismas circunstancias. La pareja (Julianne Hough y Diego Boneta) es aún más sosa de lo que cabría esperar, y su único cometido es el de enganchar a la audiencia adolescente. Cantan correctamente, pero les falta oficio y carisma. Cuando acaparan las escenas en las que sólo aparecen ellos dos, uno roza el bostezo, se incomoda porque quiere que pasen a otra cosa y nos ofrezcan otra ración de las estrellas secundarias, que es donde reside el magnetismo del filme, su gracia y su acierto. En una escala del 1 al 10, del tedio a la diversión, dicha pareja está en torno al 2 (principalmente, no os voy a engañar, porque ella está muy buena, aunque sea una Barbie).
Puntos álgidos del largometraje. Pero entonces, cuando más nos aburrimos, llega lo accesorio. Y lo accesorio tiene nombres de stars en el pellejo de los secundarios: dos cachondos Alec Baldwin y Russell Brand (impagable su versión a dúo de “I Can't Fight This Feeling”); una Catherine Zeta-Jones a punto de explotar de sexo reprimido (ver cuando canta y baila en la iglesia, junto a otras beatas); un Paul Giamatti canalla y consciente de su disfraz (el bigote postizo que lleva ya nos revela que la película es una gran broma autoconsciente de serlo); sin olvidarnos del magnetismo y la fuerza de Malin Akerman, aquel bello descubrimiento de Watchmen, ni de Bryan Cranston, que aporta su carisma.
Lo mejor. Sin duda la estrella de la función es Tom Cruise. Vaya por delante que nunca me pierdo una película suya (lo mismo me ocurre con todos los actores que empecé a seguir en los 80 o a finales de los 70). Cruise, a mi juicio, suele ofrecer tres tipos de interpretaciones: las flojas o directamente malas (Jerry Maguire, La tapadera, Valkiria…), las buenas o simplemente correctas (Nacido el 4 de julio, Minority Report, Collateral, La guerra de los mundos…) y las sublimes (Magnolia, Tropic Thunder, Austin Powers: Miembro de Oro…). En esta última categoría entra su papel en Rock of Ages, es decir, la de sus cameos y sus papeles secundarios, donde se suelta la melena, se ríe de sí mismo y explota su talento. Lo sublime de su personaje y de su trabajo no es sólo la transformación (atípica en una estrella de su calibre) en una especie de sosias de Axl Rose con toques de Steven Tyler, sino que Cruise hace algo parecido a lo que hizo en Magnolia (y Rock… incluye un par de homenajes a aquella película): crear a un tipo que utiliza su fama, su indumentaria y su máscara (en este caso: el pañuelo, las gafas, el pantalón de cuero, el lujo, etc.) para encubrir un gran dolor, una pérdida que lo ha convertido en alguien despreciable para quienes miran más allá de los focos y que revelará su verdadera cara hacia el final. Ese equilibrio entre la parodia y el dolor merece algún premio. Uno de los momentos álgidos es cuando canta su versión del “Wanted Dead or Alive” de Bon Jovi. Mi favorito es el dueto erótico que mantiene con Malin Akerman a los sones de “I Want to Know What Love Is”.
Los primeros momentos señalados (coñazo total, con la pareja protagonista) se alternan con los otros números musicales (divertidísimos, y con el poder de la nostalgia que acarrea el revival de los 80 en quienes éramos adolescentes en esa década). En cuanto a los diálogos: a veces combinan el chiste malo o sonrojante con ciertas perlas, como cuando la rubia le dice a Tom Cruise: “Cuando murió mi hámster, tu música me ayudó a superarlo”. Es en toques como ésos donde vemos que el director ha apostado por parodiar su propio musical de amor. No esperéis Grease o Jesucristo Superstar, pero os garantizo algunos ratos de diversión.