Para un seguidor atento de la realidad, hablar de Rodrigo Rato es repetirse, incidir en lo ya señalado -incluido este blog- porque el personaje sólo engañaba a quienes querían dejarse engañar y se embobaban con sus soflamas acerca de las bondades de una economía basada en la desregulación, bajada de impuestos y la progresiva debilitación de los pilares del Bienestar, que son esas políticas sociales consideradas “gasto” innecesario para el Estado. En ese sentido, el exvicepresidente ha sido un peón fiel de la ideología del partido en el que milita y que continúa la “transformación económica y social” que él iniciara en los tiempos de Aznar. La única novedad, al parecer común entre los “pudientes” de su formación (Luis Bárcenas, Ignacio González y esa lista de amnistiados que no se quiere publicar), es el enriquecimiento por vías espurias, saltarse la ley (no pagar impuestos) y abrir cuentas en Suiza.
Decisiones políticas, adoptadas desde mucho antes de aparecer la crisis económica y mantenidas con excusa de ella, son las que condenan al 30 % de la población española (14 millones de personas) a la pobreza o la vulnerabilidad permanente, sin posibilidad de movilización social y sometidas a un fuerte deterioro que genera desarraigo, desafección, marginación y conflictos. Ello no es fruto de un cataclismo inevitable, sino provocado por quienes participan de esa ideología de Rato que busca preservar al Capital en el reparto de la riqueza, en detrimento de la fuerza del Trabajo (Reforma Laboral que deteriora salarios, condiciones laborales, abaratamiento del despido, precariedad en forma de temporalidad y fragmentación del mercado de trabajo, etc.), mantiene un sistema fiscal ineficaz e injusto (que beneficia los intereses de quienes disponen de rentas de capital sobre las rentas del trabajo) y una reducción progresiva del gasto público en protección social (recortes y ajustes en sanidad, educación, dependencia, becas, etc.) que provoca desprotección en los sectores más desfavorecidos de la sociedad. Rodrigo Rato es todo un símbolo (“el mejor ministro de economía de la Democracia”, según sus correligionarios) de este estado social que se quiere –y se está consiguiendo- instalar en la sociedad española, basado en un deterioro intencionado de lo público y la desigualdad extrema, que es contrario a los intereses del 99 % de la población, pero beneficia al 1 % de los privilegiados de España.