Imposible evitar que los ojos tiemblen al oír un tambor de El Pinar o unas chácaras gomeras. Imposible pedirle a Rogelio que se esté quieto y que no salte de Canarias a Marruecos y de Marruecos a Sudáfrica a cantar a Mandela. Imposible. Rogelio es desinquieto y o lo sigues, o lo sigues. Si no allá tú porque tú te lo pierdes ("son soberanos, ustedes deciden", le gusta decirnos), pero ese baile, si no lo bailas, te lo pierdes, ese Tajaraste no lo bailas si no dejas que tus pies se liberen y acompañen a tu corazón.
El pasado jueves fue más especial que de costumbre. Yo bajé a escucharlo. La cámara no me acompañó lo que quise, tenía las pilas en las últimas o no quería trabajar y se puso perezosa, a lo mejor sólo quería escuchar a Rogelio y nada de tomar fotos. Algo salió sin embargo, poco, pero algo salió. Ese Rogelio dándolo todo, esos Rogelios recordando, esos ecos de Marruecos, las palmas al aire, los teclados al dedo, algo salió. Viendo lo que salió, me siguen retumbando las tensas telas de los tambores, me llegan sus ecos.
En la sección de "te sugiero que escuches…" estará durante un tiempo la música de Rogelio y sus puntos suspensivos. Esos puntos suspensivos representan un continuará, y continuará, y nunca dejará de acompañarnos: su música.