No deja de llamar la atención que en el momento en que decidió poner fin a Pink Floyd tras lanzar “The Final Cut” (1983), Roger Waters era el único miembro de la banda que no había publicado aún ningún disco en solitario. Es un dato que puede sorprender a priori pero que puede tener su explicación en el hecho de que a partir de “Animals” (1977) el músico había tomado por completo las riendas de Pink Floyd siendo el autor de la gran mayoría de las canciones del grupo y quedando el resto de miembros bastante arrinconados. De hecho, el citado “The Final Cut” es prácticamente ya un disco de Waters con David Gilmour y Nick Mason como músicos invitados ya que todas las canciones están escritas por el bajista que, además, había expulsado de la banda al teclista Rick Wright. Es cierto que “The Pros and Cons of Hitch Hiking” (1984) se publicó un año antes del anuncio oficial de su salida de Pink Floyd por parte de Waters por lo que realmente fue un disco lanzado siendo aún miembro de la banda pero también lo es que el grupo estaba roto desde mucho tiempo atrás. En realidad, la práctica totalidad de aquel trabajo estaba escrita años antes cuando el propio Waters dio a elegir a sus compañeros entre ese material y el que finalmente se convirtió en “The Wall”. El músico les dijo que el que escogiesen sería el próximo disco de Pink Floyd y la otra obra se la reservaba para grabarla en solitario.
No es raro entonces que el resto de integrantes del grupo hubieran probado fortuna en solitario al ver que cada vez eran más irrelevantes en el seno de Pink Floyd, si bien es verdad que ninguno de ellos fue demasiado prolífico fuera de la banda. Waters, mientras tanto, no tenía ningún motivo para publicar por su cuenta puesto que ya daba salida en el grupo a todas sus obsesiones. No es que desde entonces nos haya dejado demasiadas obras (apenas tres en más de tres décadas y ninguna desde 1992 si exceptuamos la ópera “Ça Ira” de la que hablamos aquí hace mucho tiempo) pero precisamente por eso, un nuevo disco de quien fue el cerebro de una de las bandas más grandes de la historia es siempre un acontecimiento.
Para la grabación de “Is This the Life We Really Want?”, Waters buscó un grupo de músicos más reducido que en trabajos anteriores y la ayuda en la producción de Nigel Godrich. El que es conocido como “el sexto Radiohead” es uno de los productores más interesantes de los últimos años y ha trabajado con todo tipo de artistas desde Air a Paul McCartney pasando por Beck o Travis. Además, Godrich toca teclados, guitarras y se encarga de los efectos sonoros del disco. Los intérpretes del disco son: Roger Joseph Manning jr. (teclados), Lee Pardini (teclados), Gus Seyffert (guitarra, teclados y bajo), Joey Waronker (batería) y Jonathan Wilson (guitarra y teclados). Waters toca la guitarra acústica, el bajo y, por supuesto, es la voz principal.
“When We Were Young” - El sonido de una grabación de voz casi inaudible al principio que va subiendo de intensidad nos da la bienvenida al disco en lo que no es más que una breve introducción ambiental.
“Déjà Vu” - Un reloj marca el ritmo como lo hacía en alguna obra clásica de Pink Floyd y escuchamos la guitarra acústica y a Waters diciéndonos algunas de las cosas que habría hecho si hubiera sido Dios. Las cuerdas y el piano nos remiten inmediatamente a “The Final Cut” como si no hubiera existido ningún disco de Waters en solitario entre su despedida de Pink Floyd y este trabajo. La canción es de las pocas que ya había sido interpretada en directo en alguna ocasión. Un precioso reencuentro del músico con su antigua forma de componer que se prolongará en el resto del disco.
“The Last Refugee” - Volvemos con las grabaciones de radio y los viejos mensajes que daban la hora exacta cuando llamabas a determinado número de teléfono. Entra la batería marcando una suave cadencia remarcada por el piano apareciendo a continación la personal voz de Waters que recupera viejos trucos como la utilización de ecos repitiendo la última palabra de un verso concreto. Volveremos a encontrarnos con ese recurso más adelante. Los sintetizadores suenan antiguos devolviéndonos a la atmósfera de clásicos como “Wish You Were Here” algo que va a ser la tónica general del disco. Mención especial merece el buen trabajo de Joey Waronker a la batería.
“Picture That” - Al disco que citamos hace un instante pertenecía una canción como “Welcome to the Machine” cuyo espíritu domina por completo los primeros momentos de este tema que cambia con la entrada de la batería devolviendonos al clásico sonido de Pink Floyd, referencia más acusada que nunca antes en la obra de Waters en solitario, lo que, en cierto modo, no deja de ser una claudicación. Con todo, es una gran canción con grandes momentos, especialmente a los teclados, que no puede disgustar a ningún seguidor de la banda.
“Broken Bones” - Guitarra acústica y voz, un esquema muy sencillo, abren la siguiente canción a la que se suman unos preciosos arreglos de cuerda. Nuevamente las referencias a discos como “The Wall” o “The Final Cut” son inevitables. No hay grandes cambios en un trabajo bastante lineal y coherente en lo musical y también en cuanto al concepto general.
“Is This the Life We Really Want?” - Llegamos a la canción que da título al disco que es también la que más deja entrever la mano de Godrich como productor. Waters se despacha a gusto contra lo injusto del mundo actual y la indiferencia que provoca esto entre todos nosotros llegando al punto de un imbecil termine siendo elegido presidente (en el tema puede oírse una grabación de Donald Trump). Aunque en lo musical no es especialmente destacada, la carga del texto la convierte en uno de los temas centrales del disco.
“Bird in a Gale” - Enlazando sin solución de continuidad con el tema anterior, la intensidad gana muchos enteros con respecto a aquel, algo que le debemos a los sintetizadores y, especialmente, a una batería extraordinaria. Es uno de los momentos más potentes del disco y vuelve a sumirnos en la atmósfera del viejo “The Wall”. El texto es en esta ocasión más breve que en otras canciones y es reemplazado por grabaciones y “samples” radiofónicos en muchos instantes.
“The Most Beautiful Girl” - Otra balada dura y llena de rabia con un gran trabajo de producción para que todo suene perfecto. El piano, majestuoso durante toda la canción, se funde a la perfección con las cuerdas regalándonos momentos de gran belleza que contrastan con lo crudo de los textos de Waters, certero como siempre en sus críticas. También los coros del final son delicadísimos y dignos de mención.
“Smell the Roses” - Este fue el primer adelanto del disco y ya en él se podía apreciar el giro retro de todo el trabajo. El recuerdo de temas como “Have a Cigar” se hace presente nada más escuchar los primeros compases de una canción a la que sólo le falta el clásico solo de David Gilmour para ser puro Pink Floyd. Más Pink Floyd que cualquiera de las cosas que se han publicado con ese nombre desde la salida de Waters.
“Wait for Her” - Volvemos a las baladas y con ellas al tema central del disco que se escucha en varias canciones desde que aparece en “Déjà Vu”. Hay algunas variaciones como un piano que aquí suena diferente o la melodía principal que en otros momentos se canta y aquí corre por cuenta del bajo o la guitarra eléctrica pero en lo esencial es una variación más del leitmotiv de todo el trabajo.
“Oceans Apart” - Realmente las tres últimas piezas del disco funcionan como una suite en la que este tema hace de transición entre las otras dos. De hecho, el último verso del mismo pasa a ser el título del siguiente.
“Part of Me Died” - Enlazando con el anterior con la intervención del piano que acompaña a la guitarra acústica (que ya venía sonando desde mucho antes), entramos en el cierre del trabajo. Es este un tema repetitivo en su comienzo que termina de modo cortante cuando alcanzaba su mayor intensidad.
NO. Creemos que “NO” es la única respuesta posible a la pregunta que nos plantea Roger Waters desde el título del disco. El músico nos plantea una serie de escenarios que se muestran ante nuestros ojos a diario sin provocarnos ninguna reacción. De ninguna forma puede ser esta la vida que queremos y Waters, siempre reivindicativo e intencionadamente molesto, se encarga aquí de enfrentarnos con esa realidad que sólo atisbamos durante los breves instantes que tardamos en encontrar el mando a distancia y cambiar de canal durante el incómodo noticiario.
Con este disco, Waters se suma a la larga lista de músicos veteranos que han optado por volver al sonido y formas de sus mejores años en estos últimos tiempos. Esto, que es algo que solemos criticar en muchas ocasiones, podemos perdonarlo, especialmente cuando, como es el caso, quien lo hace es una leyenda sin nada que demostrar a nadie. “Is This the Life We Really Want?” nos parece un gran disco que, además, decanta a favor de Waters, siempre a nuestro juicio, la balanza en el eterno debate sobre si Pink Floyd terminaron con su salida o siguieron existiendo tras ella. Al margen de consideraciones legales creemos que los Pink Floyd de Gilmour (a los que también apreciamos mucho) eran otra cosa.