Rojo pálido

Por Rafa Chevira

Te lo voy a decir

 aunque te moleste,

 voy a hacerlo

aún a riesgo de ofenderte.

Es muy probable que no te enteres,

que no seas consciente de ello,

que las apariencias

y el rebaño adulador que te rodeate

hayan cegado por completo;

es muy probable,

que se haya apoderado de ti tu esperpento.

Te lo voy a decir,

mi querido y vanidoso coplero,

no porque seas mi amigo (que no lo eres)

sino porque se lo merece tu ego.

Haces aguas por todas partes, compañero,

vas sembrando a tu paso

un reguero pestilente de charcos opacos,

una estéril sarta de falsas intenciones

y un aparente puñado de vergonzosas razones.

No eres lo que crees, lo que creen;

no eres ni de lejos, lo que aspiras ser.

Eres cobarde, blando y mentiroso,

y las grandilocuentes diatribas,

las encendidas arengas que lanzas sin pudor

(con tan exquisita erudición), 

no son más que onanistasjustificaciones

para justificar tu traición.

Que den la cara otros

que ya llegaré yo.

Que se la partan si es necesario,

que ya llegaré yo.

Que hagan lo haya que hacer

para que pueda levantar en la plaza

el marmóreo cadalso que permita instalar

el lisonjero espejo que necesita mi vanidad.

No nos engañas, ya no.

Ya no, ilustre mamporrero,

ya no convence tu burdo disfraz

de piel de cordero.

El rojo desteñido del que haces gala,

ya no sirve; ya no.

Ahora, en esta hora, 

el rojo pálido que te engalana,

ya no sirve; ya no. Ya no.

Te lo tenía que decir

ridículo mosquetero,

te lo tenía que decir

a pecho descubierto.


© Rafa Chevira