Director: Carlos Arévalo
Año: 1942
País: España
Guión: Carlos Arévalo
Música: Juan Tellería
Fotografía: Enzo Rizzione, Alfredo Fraile y Pérez Cubero
Intérpretes: Conchita Montenegro, Ismael Merlo, Quique Camoiras, Luisita España.
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Hoy tenemos una película muy especial y bastante desconocida debido a que estuvo perdida durante décadas, hasta su encuentro y reestauración por la Filmoteca Nacional. Obviamente, los años de prohibición fueron gracias a la dictadura franquista, ¿por roja?, ni mucho menos, Rojo y negro es una película falangista que duró en cartel alrededor de dos semanas. Si pensamos en que eran los años de postguerra en que las facciones vencedoras dirimían sus rencillas, podemos empezar a hacernos una idea del porqué. Efectivamente, Falange iba a ser progresivamente apartada del protagonismo político en favor del estamento militar, y la película fue víctima de la guerra de poder.
Pero en su visionado hay más cuestiones que resultan llamativas, sobre todo en comparación con el cine de postguerra y el puramente cine franquista que se haría en España. En primer lugar tiene una intención de contextualización histórica mucho más objetiva de sus pseudo-colegas ideológicas (y por supuesto dentro de la objetividad que se puede esperar de un film claramente militante y partidista). Dentro de ese encuadre se nos narra la historia de una pareja, amigos desde niños, que al crecer se enrolan en opciones políticas diferentes. Ella, marcha a Falange mientras él opta por el extremo opuesto. En ese tránsito la película se esfuerza por mostrarnos el clima previo a la Guerra Civil en las calles de Madrid, con los mítines, las discusiones de bar, las peleas, los pistoleros, etc, hasta que finalmente, esta estalla.
A partir de ahí, y con el control de la capital en manos de los milicianos, se nos dan ejemplos de la lucha interior clandestina de los falangistas, en una de esas bregas, la protagonista se ve implicada, lo cual le traerá bastantes problemas, pero también a su amigo de izquierdas, que no podrá salvarla de las implacables e inmisericordes manos de sus compañeros de armas. Ciertamente el personaje de Conchita Montenegro es en si una gran novedad, porque muestra a una mujer valerosa, comprometida, decidida a la acción y muy alejada del estereotipo de máter amantísima, pura, santa y pulcra que se nos repetirá ciento y una veces en el resto del cine franquista. Además, la actriz adopta muy bien ese estilo gélido y distante pero decidido de las Hepburn o Baccal de su época.
La película no duda en mostrar al enemigo como maldad, pero aventaja a las Raza de turno en dotar a dichos enemigos de humanidad. Son gentes que han elegido su camino, no bestias venidas de los infiernos, y como concesión, y quizá mensaje final optimista sobre la capacidad de redención del hombre (algo que el oficialismo franquista no aceptaría jamás en aquellos momentos -leer, por ejemplo a Vallejo Nájera-), se nos regala un dramático final en el que el desesperado protagonista se vuelve contra sus compañeros ante el destino de su amada…
En fin, no es cuestión de destripar la película, aunque ya se me han colado ciertas cosas.
Muy recomendable por ser rara avis entre las de su género, y encima puede darse uno un pequeño paseo por ciertas zonas y calles, aún reconocibles en este Madrid de 70 años después.
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