En enero de 2010 aproveché una promoción de la tarjeta Fnac: si compraba cuatro libros sólo pagaba tres. Me hice con tres clásicos en edición de bolsillo, Bouvard y Pécuchet de Gustave Flaubert, El idiota de Fiódor Dostoyeski (partido en los dos volúmenes de Alianza) y Rojo y negro de Stendhal (nombre real: Henri Beyle; Grenobre, 1783 -1842, París). Y hasta ahora, cinco años después, tal sólo había leído, el de Flaubert. Durante cinco largos años, dos obras maestras de la literatura universal como El idiota de Dostoyeski y Rojo y negro de Stendhal han descansado en las baldas de mis estanterías del Ikea dedicadas a los libros inleídos. A esto me refiero exactamente cuando digo que tengo un problema con los libros que entran en casa. Incluso cuando la editorial Alba publicó una nueva traducción de Rojo y negro pensé en comprarla, porque me encanta el trabajo de Alba. Me dije que leería la nueva traducción de Alba y luego leería las notas del texto de Cátedra, y luego, me lo volví a pensar, y me pareció que gastarme los 32 euros que cuesta Rojo y negro en Alba no era muy sensato teniendo la edición de Cátedra. Lo acabé leyendo en Cátedra, subrayándolo y anotando apreciaciones en los márgenes (lo que no hubiera hecho con el libro de Alba). La traducción de Cátedra me parece más que correcta, y quizás lo único que no me gusta será que al protagonista, Julien Sorel, en esta versión le llaman Julián Sorel. Nunca he entendido esa decisión de los traductores de españolizar los nombres de los personajes extranjeros (sobre todo de los franceses), algo que creo que en los tiempos actuales se ha dejado de hacer.
La influencia de Rojo y negro en la historia de la literatura es amplia; recuerdo, por ejemplo, el ensayo de Ricardo Piglia El último lector, donde se indaga sobre la importancia de la lectura en la propia literatura y Piglia apunta que la primera imagen que tenemos al leer Rojo y negro de Julien Sorel es la de éste leyendo, subido a una viga. También en su novela Blanco nocturno, Piglia describe así al personaje de Durán: “Era un joven arribista, un Julien Sorel del Caribe.”
Rojo y negro nos habla de la Francia del siglo XIX, de las convulsiones políticas en que se encontraba envuelto el país en torno a 1830. De hecho, son muchos los comentarios en los que se compara al siglo XIX con el XVIII, por ejemplo. El país está cambiando: el antiguo régimen formado por los aristócratas y la iglesia se resiste a perder su poder a favor de la burguesía emergente; y Napoléon es una figura de laque no se debe hablar en voz alta, una figura condenada al ostracismo social. Sin embargo, Napoléon es el héroe romántico del joven Julien Sorel (me niego a llamarle Julián), hijo de un carpintero, pequeño burgués de provincias. Cuando comienza la novela, Julien es presentado como un joven de unos dieciocho o diecinueve años; cuando acaba el libro tendrá veintitrés, y por tanto ésta es una novela de formación juvenil, de descubrimiento del mundo.
Tuve algunas dudas con el comienzo de Rojo y negro: en los tres primeros capítulos del libro no se presenta a los personajes, sino que Stendhal se acerca al pueblo de Verrières y se nos informa de una serie de generalidades sobre la época y el lugar. Un comienzo que me resultó algo torpe, o más bien anticuado. Poco después de presentarnos a Julien (un joven que lee en las alturas, subido a una viga en la empresa de su padre), el narrador nos informa de que su personaje es un hipócrita: “Su hipocresía le dictó que lo mejor sería hacer primero una visita a la iglesia.” A partir de aquí, y durante un buen número de páginas, no pude dejar de acercarme a Julien reducido al adjetivo que el narrador había utilizado para describirlo en primera instancia, sin dejar al lector que haga ese tipo de juicios sobre lo leído. El comienzo de la novela y este tipo de sentencias sobre los personajes me parecieron, para empezar, tal vez demasiado pertenecientes al siglo XIX para mí. Pero unas cuentas páginas después, sobre todo cuando Julien empieza a seducir a la señora de Rênal, todo esto se me olvidé y empecé a disfrutar plenamente de la narración. Incluso podría añadir que hay más de un detalle, puro siglo XIX en la novela que lejos de molestar me acabó agradando. El narrador (en tercera persona) de Rojo y negro no es un narrador neutro, como el que estoy acostumbrado como lector del siglo XX y XXI, sino que no duda en intervenir de vez en cuando en la narración. De hecho, al comenzar el capítulo II y leer una intervención directa del narrador fui víctima de una confusión. Esto se puede leer en las páginas 69-70 del libro: “¡Cuántas veces, recordando los bailes de París que había dejado el día anterior, y con el pecho apoyado en aquellos grandes bloques de piedra, de un hermoso gris azulado, he recorrido con la mirada el valle del Doubs!” y un poco después: “Lo que yo le reprocharía es la manera bárbara con que la autoridad manda cortar y podar hasta lo más vivo sus vigorosos plátanos”. Como sabía que el personaje principal –que en el capítulo II aún no ha aparecido- es Julien Sorel, las frases anteriores me llevaron a pensar que el narrador era el propio Sorel que escribía desde la madurez sobre su juventud, pero no, el que escribe es Stendhal, u otro personaje próximo a Stendhal, que interviene a veces opinando sobre lo narrado; y como yo casi siempre he leído libros del siglo XX donde no se usan ya estos recursos, acabé encontrando simpáticas esas intervenciones del narrador. Y, por paradójico que suene, las acabé (por novedosas para mí) encontrando modernas.
Julien Sorel más que un hipócrita es durante esta narración un aprendiz de hipócrita, porque si él es un hipócrita mucho más lo son los personajes de los que se acaba rodeando; y esto, unido a sus orígenes -más que humildes, tristes- hacen que el lector lea su historia con simpatía.
Ya he comentado que la primera vez que Julien aparece en la novela, lo hace leyendo, y es contemplado por su padre, que no sabe leer. Julien es el más enclenque de sus hermanos y su padre no pensaba que llegaría a la edad adulta; sin embargo posee una importante cualidad: “Además de un alma de fuego, Julien tenía una de esas sorprendentes memorias que tan a menudo van unidas a la necedad.” (pág. 85). Esto de la “necedad” unido al “hipócrita” anterior me hizo pensar que el narrador no le tenía simpatía a su personaje, pero esta impresión inicial queda diluida cuando descubrimos que efectivamente Sorel es un arribista, pero es alguien con la suficiente sensibilidad como para descubrir la hipocresía y la mentira en los demás y sorprenderse ante ellas. En este sentido los capítulos en los que se describe el convento al que acude Sorel a formarse como sacerdote son de lo mejor del libro: una dura crítica a la hipocresía de los futuros curas, personajes mediocres que sin ninguna fe se han unido a la iglesia sólo para mejorar económicamente. Frente a ellos, Julien tiene ideas e inclinaciones más elevadas; aunque también es cierto que concibe la vida como una lucha a favor de la escalada social, motivado siempre por la admiración que siente hacia el guerrero Napoleón.
El padre de Julien lo percibía tan débil que no creía en su supervivencia; y sus hermanos, la primera vez que le ven con un traje, comprado por el señor de Renâl para que trabaje como preceptor de sus hijos, le dan una paliza que le deja inconsciente. No es de extrañar que Julien, aficionado más a la lectura que a los trabajos manuales, desee escapar del ambiente en el que le ha tocado nacer. Rojo y negro es la historia de una educación sentimental, la de un arribista y por supuesto, y quizás por encima de todo, es la historia de un seductor. Creo que las partes del libro con las que más he disfrutado han sido aquellas en las que me olvidado de si la historia me la estaba contando un narrador del siglo XIX o de cualquier otra época y simplemente me he sumergido en el texto. Esto empezó a ocurrir de forma más intensa cuando, como ya he apuntado antes, Julien comienza a seducir a la señora de Renâl. En este momento la narración es deliciosa: el narrador es muy sutil, tiene mucha capacidad para describir cómo interpreta un personaje los actos o las palabras del otro, y luego el segundo personaje sobre el primero, y el lector percibe que ambos actúan haciendo interpretaciones falsas de las palabras o los actos del otro.
En definitiva, después de las dudas iniciales comentadas, he disfrutado de Rojo y negro de Stendhal como lo que es: una obra maestra sobre las motivaciones que llevan a actuar a los hombres (que no parecen variar mucho de una época a otra), donde la crítica a la hipocresía de una sociedad deseosa de dinero se entrelaza perfectamente con la descripción individual de la vida de un personaje, nacido en un entorno hostil, y que no deja de soñar con el ascenso social. Y todo esto aderezado con una sutil y simpática descripción de diversos caracteres. Una novela, además, en la que el elogio de la lectura de novelas es continúa, algo que agradará bastante al lector. Me quedo al respecto con la siguiente frase, que me parece una maravilla: "Como la señora de Rênal nunca leía novelas, todos los matices de su felicidad eran algo nuevo para ella."
Una delicia de libro.