Todo eso que a ti te parece esencial a mí me parecen gilipolleces, asistir esta noche a esa cena, la reunión de los sábados, la escuela bilingüe de los chicos, la casa residencial a cuya hipoteca no puedes hacer frente, el coche nuevo, tu puto trabajo y las tetas de tu mujer; para mí no son nada. Antaño tus naderías me provocaron desasosiego y más tarde resignación, ahora ya nada, si acaso lasitud y la certeza de entender que nada quedará de mí en ti más que esa barbilla heredada y que como un estigma llevaras para siempre. Eres un estúpido y no has entendido nada, venderás al trapero todos los libros que hay en mi biblioteca cuando yo muera y aunque apenas cubrirás el sepelio con lo que te den, los venderás porque te estorban, porque no sabes lo que valen, porque necesitas el espacio que ocupan. Yo traté de darte lo que no tuve y tú entendiste que lo merecías, por encima de ti, por encima de tu esfuerzo. Hoy miro a mi alrededor y veo que poco importa y lo que importa no está cerca y lo cercano es baldío. Todas las cosas que me gustan le gustan a pocos y lo que le gusta a todos poco me importa a mí. Más no creo en la reencarnación y en mi hijo nada quedará de mí, salvo esa ridícula barbilla. Limpio cada mañana los dientes que me quedan frente al espejo y miro a quien hay allí, levanto los brazos y miro… y encuentro el mundo en mi axila, como un roll-on que trata de paliar su mal olor.
La Nebulosa - © F. Buendía.
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