Rompiendo mitos

Por Tiburciosamsa

B.R. Myers publicó en 2009 “The cleanest race. How North Koreans see themselves- and why it matters”, que es un análisis de la propaganda norcoreana y de lo que ésta nos dice sobre la naturaleza del regimen norcoreano. Es un libro entretenido y provocador, que rompe con muchas ideas preconcebidas.La primera idea preconcebida que rompe es que Corea del Norte sea un régimen comunista. El régimen norcoreano tiene más en común con el Japón imperialista y ultranacionalista de los años 30 y 40 y con la Alemania nazi que con la Unión Soviética de Stalin o la China de Mao. Myers resume la ideología etno-fascista-nacionalista que rige el país en una frase: “El pueblo coreano tiene una sangre demasiado pura, y por eso es demasiado virtuoso, como para sobrevivir en este mundo perverso sin un gran líder paternal.”
Por cierto que Myers advierte que intentar entender al régimen profundizando en la ideología Juche que defiende es un inmenso error. Juche es una cáscara vacía, un conjunto de banalidades. Juche fue la invención de un sicofante llamado Hwang Chang-yop a comienzos de los 70. ¿Qué Mao había elaborado sobre el pensamiento marxista-leninista para crear el maoísmo? Pues Kim Il-Sung no podía ser menos, él también tenía que haber creado algún tipo de filosofía y hete aquí que Hwang encontró que en un discurso de los 50, lleno de topicazos, Kim Il-Sung había utilizado la palabra “juche” y, nada por aquí, nada por allá, se sacó de la chistera lo del pensamiento juche. Por cierto que Kim le debía de tener bastante envidia a Mao, porque también hizo falta que sus cortesanos le inventaran la Ardua Marcha frente a los japoneses (que se enteren los chinos que Mao no es el único que se ha pateado medio país al frente de su ejército) y que “redescubrieran” bellas óperas que Kim Il-Sung había escrito en los 30. ¿Qué se había creído Mao? ¿Qué el único tirano con ínfulas poéticas era él?El marxismo y la Juche no ayudan a entender el régimen norcoreano. En cambio la propaganda japonesa de los años 30 y 40 proporciona modelos e ideas que han recuperado los turiferarios del régimen y que lo explican bastante bien. Myers desmonta la concepción habitual de los japoneses como unos amos coloniales implacables que intentaron japanizar Corea. En su lugar, afirma que la maquinaria propagandística japonesa difundió que ambos pueblos compartían antepasados comunes y pertenecían a una raza superior moralmente a las demás. El Imperio japonés no buscaba tanto suprimir la identidad coreana como el nacionalismo coreano. Quería que los coreanos se sintieran hermanos de los japoneses y copartícipes en el mismo proyecto imperial. Es posible que Myers tenga algo de razón. En Filipinas los soldados coreanos que lucharon en el Ejército Imperial japonés han dejado el recuerdo de unos soldados más duros y fanáticos que los propios japoneses. Myers no niega que el régimen colonial japonés fue bastante duro con el campesinado y las clases bajas de la sociedad, pero sus mensajes propagandísticos calaron entre las élites intelectuales y urbanas que eran a las que quería llegar. Tras la II Guerra Mundial, algunos de esos intelectuales que habían colaborado con los japoneses, encontraron refugio en Pyongyang y allí no hicieron sino replicar los mensajes propagandísticos con los que estaban familiarizados, pero en esta ocasión a la mayor gloria de Kim Il-Sung. Durante todo el libro Myers insiste en la importancia del racismo en la concepción del mundo de los norcoreanos, racismo que en parte es una continuación de que les imbuyeron los japoneses y en parte una continuación del aislacionismo y la xenofobia que han marcado tanto la Historia de Corea. Los coreanos son una raza pura, que no se ha mezclado. Ello hace que sean más virtuosos que los demás, pero “…ser excepcionalmente virtuoso en un mundo perverso pero no excepcionalmente astuto o fuerte es ser vulnerable como un niño, y realmente, los libros de Historia transmiten la imagen de una nación-niña perenne en el escenario mundial, que sólo quiere que la dejen en paz, pero que se ve sometida a incesantes abusos y contaminación de los extranjeros.” Evidentemente una raza tan desvalida necesita un líder que pueda convertir su pureza en fuente de unidad y fuerza. Menos mal que los coreanos tuvieron la suerte de encontrarse a Kim Il-Sung. Con las premisas anteriores, resulta evidente que el culto a la personalidad de Kim Il-Sung no puede ser el mismo que el de un Stalin o un Pol Pot. Myers afirma que el Kim Il-Sung de la propaganda es un líder paternal y maternal, un líder que encarna todas las virtudes del puro pueblo coreano: la ingenuidad, la espontaneidad, la solicitud, la generosidad. Un ejemplo tomado de un texto propagandístico norcoreano: “Como una madre sensible y meticulosa el Líder se ocupó de conocer a la gente a fondo y hacer que se sintieran mejor sólo con una palabra, así que es normal que todos crean en el Líder y le sigan.” Otro ejemplo curioso: se trata de una canción titulada “El Líder vino a la garita del centinela”. Las palabras líder y centinela evocan marcialidad y reciedumbre… pero no en Corea del Norte:El Líder hizo todo el camino hasta la garita del centinelaY nos estrechó con afecto contra su pechoTan felices por el cálido amor que nos ofrendabaEnterramos las caras en su pecho¡Ah! Es nuestro padre¡Ah! Un hijo en su abrazoSiempre está contento, en todas partes.”No puedo imaginarme una canción equivalente en honor de Pol Pot. Kim Jong-Il asumió la sucesión en un momento de gran tensión internacional y de marasmo económico. Además, en términos de carisma y de presencia física dejaba mucho que desean en comparación con su padre. No obstante, la propaganda se las apañó para hacer de él la encarnación de todas las virtudes coreanas. Asimismo la propaganda reelaboró su biografía, de forma que se le viera como el hijo abnegado, que asume todas las tareas difíciles, que se desvive para difundir el maravilloso pensamiento Juche (se ve que nadie le ha explicado que es una cáscara vacía), que “Kim Jong-Il amó tanto al pueblo coreano que le dio su único padre.” Aun así, la propaganda no ha conseguido que Kim Jong-Il alcance el grado de popularidad que llegó a tener su padre. La verdad sea dicha es que con su aspecto resulta más fácil montar un chiste que un culto a la personalidad.Un punto sobre el que insiste Myers es que los norcoreanos se creen su propia propaganda. Se la creen hasta tal punto que la deslegitimación del régimen resulta más difícil de lo que parece. A diferencia que la desaparecida URSS, la penetración de la cultura norteamericana o sus bienes de consumo no le harían mella. Tampoco se la hacen las dificultades económicas. Los mitos del régimen funcionan lo suficientemente bien como para hacer que los ciudadanos las acepten. Más peligroso para su legitimidad sería que se percibiera que se ha bajado los pantalones en alguna cuestión clave como, por ejemplo, en la nuclear, pero Myers duda que el régimen vaya a cometer ese error. Myers piensa que lo más peligroso para la autoimagen del régimen sería que sus ciudadanos se hiciesen conscientes de que Corea del Sur no es una mera colonia de EEUU, sino que los surcoreanos están contentos con el modelo de su país y no les hace ningún tilín reunificarse con los norcoreanos y menos aún vivir bajo su régimen.