De todos los madrileños es presumido, cuando no sabido, que la calle más larga de la ciudad, a la par que una de las más antiguas, es la de Alcalá. Es este un dato al que hacen obvio las proporciones y del que no cabe esperar sorpresas por parte de nadie.
No obstante, tal evidencia en el conocimiento cambia totalmente cuando nos preguntamos por la que ostentaría el mérito de ser la más corta. Según la mayoría de las fuentes sería la de Rompelanzas, una calle de apenas 10 metros, entre las populares y peatonalizadas de Preciados y Carmen, a pocos pasos de la Puerta del Sol.
Cuando se construyó era más estrecha que hoy, tanto que el primer carruaje que la atravesó apenas cabía, motivo por el que al pasar se le quebró una lanza. El carruaje pertenecía al corregidor Luis Gaitán de Ayala, quien poco antes habría ordenado el derrumbe de cuantos edificios abrirían el paso que supone la calle que, a raíz de la anécdota, empezó a conocerse con el nombre que habría de llevar siempre (datos de Guía Madrid Insólita Secreta).