Ronaldinho, la sonrisa eterna

Publicado el 25 noviembre 2011 por Futbolgol

Me va a perdonar el lector por condicionarme la penosa actualidad que envuelve al astro brasileño. No he podido evitarlo. Una supuesta polémica más con Ronnie como protagonista ha hecho que me ponga un poco nostálgico y vuelva por mis fueros escribiendo de nuevo sobre las estrellas que marcaron nuestras vidas como ya hiciera en su momento con Roberto Carlos, Ronaldo, Raúl o Zidane. Como entonces, dejaré a un lado la ristra de logros del susodicho y trataré de sintetizar en unas cuantas líneas qué supuso Ronaldinho en la historia del fútbol reciente. Retomamos, pues, una vieja sección no oficial, la del culto al mito, siempre susceptible de ser actualizada con más protagonistas.

Los inicios de Ronaldinho como estrella fulgurante dejaron en mal lugar a los aficionados con prejuicios más o menos fundados. Aquel extremo delgadito del Gremio, de pelo rapado, de nervio incontrolable y de gambeta facilona, parecía un ejemplar más del puñado de filigraneros cariocas que cada año hacían las delicias de sus representantes, ávidos de moverlos en el mercado con remunerada soltura. Pronto se empezó a relacionar su nombre con los grandes europeos, pero con la boca pequeña. El joven Ronaldinho Gaúcho parecía uno más, otro melón todavía por abrir. Hasta que empezó a callar bocas abriendo la suya al sonreír.

Seguramente su bautismo internacional y su carta de presentación al mundo fue aquel soberbio gol, sombrero incluído, ante Venezuela en la Copa América de 1999. Podría ser otro gambetero, sí, pero estaba claro que no era uno más. Si era un mero gambetero, probablemente era el mejor de ellos.

Su progresión en el Gremio le llevó al PSG en enero de 2001 y le abrió las puertas de la titularidad con Brasil. No tardó el brasileño en maravillar con sus recursos técnicos al fútbol galo, pero no terminó de echarse al equipo a la espalda o el equipo no supo girar alrededor de él. El caso es que el éxito y la consagración de Ronaldinho llegaría con la verdeamarelha en el Mundial de 2002. Partiendo desde la derecha completó un tridente irrepetible con Ronaldo y Rivaldo, ganaría el Mundial y dejaría una perla para la historia, aquel chutazo lejanísimo que se envenenó hasta dejar retratado a Seaman por última vez.

Decíamos, Ronaldinho y el PSG no terminaron de entenderse. Tampoco hubo comunión con el míster, Luis Fernández, artífice del éxito del PSG de años anteriores en los que sí supo lidiar con otro enganche brasileño con talento, Raí. El caso es que la situación se sobrellevó hasta el verano de 2003. El Madrid galáctico de Florentino venía de renovarse tras ganar la Liga pero caer en semis de Champions ante la Juve. En el mes de julio la dirección deportiva blanca se debatía entre dos opciones de distinto cariz: La primera de ellas era reforzar al equipo con Beckham, que saldría rebotado gracias a su mala relación con Ferguson a un precio asequible y con un rédito mercadotécnico incuestionable. La opción B, por así decirlo, era pujar por Ronaldinho, de perfil más ofensivo y eléctrico, pero de imagen menos contrastada. Llegó a darse una tercera vía, por la que quiso apostar Valdano sin éxito: fichar a Beckham ya y negociar con Roberto de Assís (hermano y representante de Dinho) el fichaje del crack brasileño para el verano siguiente, manteniéndolo cedido un año más en el PSG. Paralelamente, había elecciones a la presidencia del FC Barcelona tras el nefasto ciclo con Gaspart al mando. Laporta, por entonces último en las encuestas y famoso por ser un “activista” de l’Elefant Blau antinuñista, se iba a sacar un as de la manga. Anunciaba el acuerdo formal entre clubes alcanzado por Beckham y ganaba las elecciones. Luego, ya saben lo que pasó en clave culé. No hubo mal que por bien no vino. Beckham desmentía el acuerdo, fichaba por el Madrid y Ronaldinho terminaba siendo barcelonista, tras desechar la terrible idea de esperar al Madrid un año más desde el frío parisino.

Sobre el paso de Ronaldinho por el Barça no hay demasiado que decir. Simplemente basta recordar que cambió el ciclo, acabó por prejubilar a los galácticos blancos, recuperó la autoestima culé y alzó la Segunda para los catalanes. Tan trascendente fue el paso de Ronaldinho por el Barça que su fichaje probablemente solo sea comparable al de Kubala o al de Cruyff.

Olvídense de su torso puesto en duda en la prensa en su última etapa barcelonista. Olvídense de su pobre paso milanista. Borren de su memoria a la víbora que tiene por hermano y representante. Hagan la vista gorda si en lugar de verle en un entrenamiento fresco como una lechuga le ven echarse un sueñecito en el gimnasio. No cuenten que se abandonó a la Liga Brasileña antes de tiempo. No tengan en cuenta su posible falta de ambición. Ignoren que pudo cansarse de ganar. Menosprecien a los que se hayan quedado con las sombras. Respeten que Ronaldinho amaba al fútbol pero que se hartó de ser futbolista. Cierren los ojos y recuérdenlo. Mientras quiso, pudo con todo. Recibía de Deco, de Xavi o de Gio, ponía la directa, arqueaba las piernas potenciando su poderoso tren inferior, arrancaba a correr, melena rizada al viento, como por arreones, regateaba, regateaba y volvía a regatear. Tanto, que a veces se cansaba de hacerlo y marcaba gol. Y sonreía como un niño hasta reconciliarnos con el fútbol. Y tengan en cuenta, y con esto termino, que no por ser fugaz una estrella brilla menos.