A raíz del triunfo fallero de los mediáticos, mucho se está hablando de ellos, y no para bien, precisamente. Cáncer de la fiesta, sinvergüenzas, antitaurinos y no sé cuántas lindezas se han podido leer y escuchar por ahí. Y se puede decir que es el dictamen de la mayoría, toreristas, toristas y hasta turistas. Opinión taurina unánime, ese oxímoron. Es para ponerse a cavilar.
El lógico recelo que sobreviene de que haya tanta unión taurina para algo, se agranda cuando se insulta a unas cuantas miles de personas, que sin saber muy bien porqué, se acercan a una plaza de toros por primera o segunda vez, que vaya usted a saber si dicen de repetir, y cuando lo hacen traen al niño, y el nene, harto de jugar a los Playmobil y de tirarse las siestas viendo en la tele a Doraemon, un gato azul que hace cosas que sólo haría Juan Tamariz en este país, dice que este va a ser su mundo, incluso puede que alguna noche, en vez de ovejas, cuente negritos para dormirse, y cierre los ojos y sueñe, como un juncalillo, que le pega a uno el pase cambiao más bonito que está en los escritos, con el Gato Montés de fondo.
La corrida de toros, ahora todavía más con tanto rollazo del BIC y del Patrimonio de la Humanidad, sigue siendo la fiesta del pueblo, y el pueblo, la humanidad, está como está, que sólo hay que darse un garbeo por la lista de libros más vendidos, las audiencias televisivas y los kioskos para testar que el ligerismo de cascos es la ideología de nueva usanza. Con la que nos está cayendo, todo el mundo es bienvenido y tiene cabida, al fin y al cabo, las grandes masas de público no aficionado, son los que subvencionan el placer a los aficionados más jartibles. Para que a la de Adolfo vaya un tercio y a las novilladas no vaya nadie, tienen que existir otro tipo de carteles que equilibren cuentas y socialmente tapen, como el parche de Padilla, las miserias de tantas tardes repletas de cemento en tendidos vacíos. Es triste, pero es así. Y no termino de ver qué hay de malo en que una serie de beatas a la sangre rosa de los Rivera Ordoñez, acudan en multitud al festejo, o que una ralea de jóvenes, con más o menos interés taurino, acudan a la llamada del show del Fandi, ni que las señoronas, entonces zagalas, que crecieron bajo el dominio del pelo beatle del Cordobés, vuelvan a pasar por una plaza de toros para comprobar si su hijo bastardo le da el mismo aire al salto de la rana. Si está de dios que el roncerismo llene las plazas, que así sea, al aficionado le es suficiente con no ir, y santas pascuas.
Los problemas que atormentan el toreo no está en ellos, que son pura anécdota, y no está de más decirlo, siempre han existido estas extravagancias, hoy llamados mediáticos. Si vienen a las Ventas, nuestras preocupaciones han de estar en las veintimuchas tardes restantes de San Isidro, y no en una que, como la tarde de los caballitos, pertenece a otro espectáculo que además hace el favor al abonado de darle un día de descanso y de poder quedar como dios regalandole el sitio al primer primo que encuentre. Si todavía tendremos que darles las gracias.