Roncesvalles

Por Orlando Tunnermann

 Un broche de invernal estampa, casi de hogareño cuento ancestral narrado junto a la chimenea de un refugio montañés al albor de la Navidad, así me recibe Roncesvalles, con una pátina de nieve que amenaza con hundir bajo el subsuelo mis tibias. Es una nieve de fina pelusa albina, como canas de ángeles o plumones de gaviotas que portasen en sus picos afilados polvo de estrellas. Tenemos una guía local muy dicharachera y vivaracha llamada Yone, que nos va contando toda suerte de memorias pamplonicas mientras el autocar devora la carretera con hambre atrasada, como una fiera de metal en simbiosis con el asfalto. Las máquinas quitanieves no cesan de acendrar (limpiar) la curvilínea carretera. Es emocionante esta versión blanca del generoso y fecundo valle de Irati. Todo parece más grandioso desde el mirador de Ibañeta cuando la nieve espesa abriga el paisaje. 

 Si la imaginación es tu aliada casi podrás oír el retumbar de los tambores de una gran contienda en Valcarlos, donde tuviese lugar la batalla de Roncesvalles. 



Nuestra primera parada nos lleva a las puertas de la colegiata de Santa María (S.XII- XIII), construida en tiempos de Sancho VII El Fuerte. Es un templo coqueto, bonito, muy al estilo de aquellos que visité tiempo atrás en la región francesa del valle del Loire. Iglesias así puedes encontrar en Blois, Tours...




Mi alma, que vive con frecuencia azorada por turbulencias de influencia nociva, parece regocijada y tranquila entre los sagrados muros de estos lugares de oración. Así, mis ojos navegan por la bóveda de crucería y gótico francés a la vista. Lo más llamativo, por exhibicionista y presumidas son las vidrieras coloridas. Tiene algo misterioso y arcano el triforio; una galería superior con arcadas góticas que invitan al retiro y la intimidad de las confesiones. Desde allí, ¿cuantas veces habrán contemplado miradas ajenas el deambular de los feligreses? 
 Un presbiterio con enorme baldaquino muestra una imagen preciosa de una virgen dorada y plateada. Demasiado boato para loar la humildad que debiera profesar La Iglesia, pero prefiero no adentrarme en junglas tan pantanosas y dejar que el embeleso juego un rato a solas...
 CLAUSTRO
El altar mayor es otro festín para los sentidos con esa talla gótica en madera de Santa María de Orreaga con revestimiento argénteo (plateado) y dorado. El claustro, de estilo herreriano, tuvo que ser reconstruido en el siglo XVII cuando el tejado se vino abajo, sobrepasado por el peso exacerbado de la nieve. Es muy interesante y bonito el sepulcro de Sancho VII El Fuerte, todo un coloso gigantón que llegó a medir unos 2,25 metros aproximadamente.

Como el colorido tiene la facultad de anegarnos la mirada, seremos víctimas indirectas de una preciosa vidriera en la sala del sepulcro que nos habla con lenguaje irisado (de colores) de la batalla de las Navas de Tolosa.

Roncesvalles, este pueblo de típico marchamo pirenaico montañés, es hoy un retrato de postal navideña. Los tejados de las casas, a dos aguas, forma de V invertida, van vertiendo grandes copos de nieve cuando ésta cae por pura gravidez. Es divertido, es un juego infantil e inocente cruzar bajo esos tejados llorones que expulsan nieve. Más de uno se ha llevado un susto al cruzar de manera desenfadada, sin tener presente la “lluvia de meteoritos”. Me despido en la recomendable cafetería Casa Sabina, donde el seductor aroma de café caliente me hipnotiza y subyuga sin remedio.