Cojo el donut con la mano izquierda, mientras mis ojos se fijan en la pantalla repleta de datos que mi cerebro ya ha comenzado a archivar desde primera hora. El cansancio ha ido acumulándose a lo largo de la semana, pero la lucha por seguir adelante no cesa.
Le doy un mordisco. Puro veneno de bollería industrial que va a hacer de las suyas en mis arterias, y que ante el resto de los mortales va a dejar su huella en mi figura. Sin embargo, sigo.
Mastico el pedazo y me pregunto cuándo fue la última vez que comí un bollo de estos. Recorro el mapa mental de los viajes: a pie, en carretera, en tren, en avión.. desayunos de hotel, desayunos caseros.. meriendas, cumpleaños, cenas.. maletas, bolsas.. regalos, souvenirs... Mmmm no. No me viene a la cabeza ese momento que busco.
Ese recuerdo está, pero no lo localizo. Es lo que pasa cuando tienes tantas cosas que contar: tu vida es de un completo que no tienes tiempo a darte cuenta de todo lo que tienes. La suerte y sus contraindicaciones. Es un círculo perfecto. Me fijo en la forma del donut.
Blandito, recubierto de azúcar que no es azúcar pero que resulta gracioso, redondito, y servido con una sonrisa de mano de una compañera. Tentador. ¿Quién se resiste a algo así cuando llega sin avisar, entre las tareas del día y el propio convencimiento de que hoy también salvarás el mundo sin saber aún ni cómo ni cuándo?
Redondito, como un neumático. Pero más blandito y dulce que una rueda (menos mal). Una rueda que rueda, que ronda y ronda por mi cabeza. Una ronda de cervezas, o un paseo de noche. Un paseo que se paseó, que rondó. Un rondó: pieza musical que se escribe rondeau.
Se pueden hacer tantas cosas con pocas palabras... Y tan pocas cosas con tan buenos ingredientes.
Ahí va la receta de la crema chantilly que podría coronar el donut, nada de natas montadas:
Ingredientes: - 300 ml de nata para montar - 25 g de azúcar extrafino - 1 cucharada de licor de café Batir un poco la nata, añadir el azúcar y el licor y seguir batiendo hasta que se formen picos suaves.
Sin más.