[Publicado en Revista Por la Paz – Institut Català Internacional per la Pau]
En los albores de la I Guerra Mundial, la voz de la líder socialista Rosa Luxemburg fue una de las que más resonó dentro de lo que se ha dado en llamar el movimiento pacifsta -en toda su amplitud y complejidad-. Por otra parte, la no “militancia” feminista –al menos no como la entendemos actualmente– de Rosa Luxemburg ha sido fuente de controversia constante durante muchos años en el seno del movimiento feminista. Al respecto, resulta interesante el texto de María José Aubet, “El «último error» de Rosa Luxemburg” en el que ésta habla de las colaboraciones “regulares y copiosas” de la líder socialista en el periódico Die Gleichheit (La Igualdad) dirigido por Clara Zetkin y destinado a “las mujeres asalariadas” (1978: 301).
Así, algunas teóricas como Lidia Falcón o Carmen Alcalde han criticado la equidistancia, inhibición (Alcalde, 1978: 317) o falta de visión (Falcón, 1978: 305) de Luxemburg en su discurso sobre la revolución proletaria al no hacer puntual hincapié sobre la “emancipación de la mujer”, quedando ésta supuestamente implícita en la idea de algunas revolucionarias socialistas –una idea quizás un poco ingenua analizada en perspectiva– de que la emancipación de la mujer vendría dada indudablemente a través de la emancipación del proletariado.
Si bien es cierto que Rosa Luxemburg no fue especialmente prolífca respecto a las especificidades del feminismo como “nueva alternativa revolucionaria por la emancipación total de la mujer” (Alcalde, 1978: 320) ante la opresión del patriarcado, sí manifestó un interés particular por poner al alcance de las trabajadoras “políticas que las afectaban prioritariamente como parte integrante de una clase social explotada, la obrera, y también como mujeres, es decir, como mujeres asalariadas” (Aubet, 1978: 301).
La constante negativa de Luxemburg a hacerse cargo de la sección de mujeres del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) alegando que tal ofrecimiento era una maniobra de los barones (varones) del partido para desterrarla de la primera línea del debate teórico del socialismo alemán, así como su lucha por el sufragio femenino (Dunayevskaya, 2012: 133) o la correspondencia que mantuvo con Clara Zetkin durante años (2) demuestran una clara conciencia respecto al sexismo imperante dentro del partido. En una de esas cartas a Zetkin la propia Luxemburg manifesta su orgullo por llamarse a sí misma feminista y en la misma línea escribió a Luise Kautsky en 1911: “¿Vas a venir a la conferencia de mujeres? Imagínate, ¡me he vuelto feminista! Recibí una credencial para esta Conferencia y, por tanto, tengo que ir a Jena” (2012: 133).