La razón de ser de las aulas literarias de la Asociación de Escritores Extremeños (AEEX), desde su creación en 1993 —cuando se inició en enero el aula poética «Enrique Díez-Canedo» de Badajoz con una lectura de Antonio Gamoneda—, fue más didáctica que de promoción cultural; aunque siempre tuvo ambas intenciones desde que Ángel Campos Pámpano propuso el formato de doble intervención de los autores invitados: una sesión matinal, en horario lectivo, en un instituto de Educación Secundaria, y una sesión vespertina, abierta al público general, en un auditorio céntrico de la ciudad. Ángel siempre insistía en esto, y esta mañana me he acordado de él en el salón de actos del Instituto de E.S. Profesor Hernández Pacheco de Cáceres. Desde enero de 1996, hace casi veintisiete años, en el Aula José María Valverde, cuando intervino el escritor Bernardo Atxaga, tengo la suerte de asistir a muchos de estos encuentros en los que un instituto recibe a una figura literaria relevante y convoca a alumnas y alumnos de cuatro o cinco centros de la ciudad para compartir un coloquio formativo del que se beneficia casi un centenar de estudiantes. Recuerdo una lectura de Juan José Millás en el «Pacheco» en febrero de 1997. Recuerdo muchas de estas lecturas en las que había que estar pendiente de la chavalería por los inicios siempre bulliciosos de su respeto e implicación, y me agrada que ahora sean sus profesores que fueron mis alumnos los que se preocupen de disponerlo todo. Como antaño, presentando al escritor. Pero hoy no. Hoy han sido cuatro alumnas de 1º de Bachillerato, Sara Muñoz, Sofía Chamizo y Beatriz del Águila, quienes han presentado muy bien —y pasándose el micrófono con soltura— a la novelista Rosa Ribas, con la asistencia de Eva Gómez, que ha hecho el atractivo cartel y el apoyo visual del acto. Me ha entusiasmado esta implicación de unas estudiantes motivadas por su profesora de Lengua y Literatura, Mª Vega de la Peña del Barco, en una lectura que ha sido sugerente y amena por las palabras de Rosa Ribas y por las preguntas que han propiciado muy aprovechables reflexiones de la escritora sobre la escritura y sobre la lectura. Rosa, que ya estuvo en Cáceres, ha captado la atención de su joven público a partir de un fragmento de su novela La luna en las minas (Siruela, 2017), y ha pedido a quienes la lean que le escriban a su página; y ha confesado, gracias a las preguntas que le han hecho los bachilleres, que era insomne, que contaba cuentos por la noche a su hermana, que supo que lo que escribía tenía un efecto en otros, que probó a escribir a cuatro manos con una compañera, y que un día se dio cuenta de que podía vivir de esto. Ha hablado también de lo que leyó, y me ha tocado la fibra de La Regenta y de Juan Marsé. Sigue siendo llamativo que estas cosas ocurran en Cáceres sin que los medios se hagan eco in situ de su importancia. Esta mañana.