Rosquillas roceñas para él y para ella

Por Biscayenne
Como yo soy muy de manías, sólo como helado en verano y por la calle, sólo bebo chocolate a la taza en invierno y en casa y únicamente hago rosquillas en el pueblo. Porque la cocina es más grande, entra mucha luz, estoy acompañada y no se me hace pesado. Porque todo el mundo que lo haya intentado sabe que hacer rosquillas es cosa tediosa y que salen mejor en compañía.
Mi conexión mental entre rosquillas y pueblo es tan intensa que no las hago el resto del año. Sobrevivo sin ellas durante unos 345 días al año o más, porque en mi casa sólo perpetramos rosquillas las tardes que salen frías y total, no tienes nada más que hacer. Ya se sabe que en el pueblo cuando hace malo (y no digamos en los días eternos a bajo cero con nieve por mediante) no salen a la calle ni los gatos, y lo único que puedes hacer es cocinar, engullir para acumular grasas hasta el deshielo, mirar el fuego de la chimenea o afilar la guadaña. Nueve meses después a veces también nace algún niño, pero por lo general la gente prefiere comer cocido.
Como ya tenía mono de rosquillas, la primera tarde mala que surgió este verano me puse a hacerlas. Pero no unas cualquiera, no, ni siquiera las de todalavidadedios con la receta de la zona. Yo ya iba preparada para dar un paso más allá en la evolución rosquillil con un palo pelado, raspado, lijado y aceitado. El famoso palo de las rosquillas roceñas.

Estas rosquillas con tecnología avanzada me perseguían en sueños desde hace dos años, pero me faltaba la herramienta. La necesaria utilización de un gadget tan sofisticado como un palo hace de esta receta algo tan pueblerino como limpiar las tripas de gocho para las morcillas y atropar ciruelas sin que te vea el dueño del árbol. Me empeñé en tener mi propio palo de freír rosquillas y hasta que no lo tuve no las hice. Craso error, porque son las mejores que he probado.
La culpa y el mérito los tiene alguien que es muy de pueblo. Otra loca tan cerril como yo, o más aún si cabe; con cultura de señorita bien y maneras de paisana, con un síndrome cuasi-diógenes aún peor que el mío y corazón de patata. Para mí ella es la Leti y yo para ella la Moldes. Con la asociación de otra peligrosa delincuente formamos una banda armada criminal, pero ésa es una larga historia digna de tarde de invierno.
Leticia vive retirada del mundanal ruido en el quinto pimiento, o lo que es lo mismo, en los confines de la civilización conocida, Rozas de Puerto Real. Como en cualquier pueblo que se precie, las señoras se entretienen mirando detrás de los visillos y haciendo rosquillas en cantidades industriales. La diferencia estriba en que sus rosquillas son supremas. Y en el palo, pero lo importante es que son muy distintas de las que yo solía hacer, más duras y solamente con anís.
Las rosquillas roceñas o de Santa Águeda saben a limón y naranja, con un leve rastro de anís de abuela achispada en sobremesa. La masa es blanda y por eso es necesario el accesorio high-tech, pero quedan fritas por fuera y tiernas por dentro. Ay. Me temo que las tendré que hacer de nuevo aunque sea en mi cocinita de ciudad.
Leticia tiene la fórmula original e inimitable de las paisanas de Rozas en su blog, e incluso se atrevió a hacerlas en la tele. En el vídeo veréis muy gráficamente cómo se elaboran y se fríen, que es el quid de la cuestión del palo. Es más sencillo de entender que de explicar.
Rosquillas roceñas de Leticia Dificultad, así de primeras:debido a la utilización de herramientas de alta tecnología y al proceso de fritura, un 6 sobre 10Probables complicaciones:hacer las bolas de masa tiene su aquel, mejor aseguraos ayuda y compañía Sabor: a merienda de abuelas  Receta de inspiración: rosquillas roceñas, de Leticia. Vitoria y otras estupendas señoras de Rozas.                   INGREDIENTES para 15-20 rosquillas


3 huevos 600 g de harina (más o menos) 150 g de azúcar 1 sobre y cuarto de levadura Royal 1/4 vaso de anís 1/4 vaso de aceite de girasol ralladura de la piel de un limón y una naranja el zumo del limón y la naranja (1/2 vaso en total) Aceite de girasol para freírlas
azúcar para bañar las rosquillas
herramientas: unas varillas, un bol grande, un cazo y el PALO


La receta de Leticia lleva anises molidos pero yo no los tenía, así que sin ellos. La cantidad de rosquillas resultantes es aproximada porque cuando las quise contar ya habían volado unas cuantas, y usé la mitad de ingredientes que pone ella. Si hacéis la original contad con ayuda y pares extra de manos, porque os pasaréis la tarde mezclando y friendo.
El palo como veis es imprescindible, pero no hace falta complicarse tanto como yo, se puede usar el mango largo de una cuchara de madera o similar. Tiene que ser cilíndrico y estrecho. Si salís al monte, cogéis el primer palo recto y seco que encontréis, lo peláis con la navaja y ya tendréis vuestro propio palo de rosquillas por los siglos de los siglos amén. También podéis concursar en #yotambiénsoydepueblo y ganar uno.  
PREPARACIÓN:  Lo primero, encontrad un bol grandón. Lo suficiente como para meter las manos, revolver y que no se salga todo. 

Se separan las yemas de las claras y las segundas se montan casi a punto de nieve. Las yemas se baten aparte y luego se agregan a las claras espumosas, mezclando bien y batiendo más, más y más. Como buena receta de pueblo, requiere de resistencia física y de unos brazos bien armados. 

Se añade el azúcar, se revuelve y os preparáis para meter las manos en el asunto. Yo usé mi truco del almendruco que es mezclar la ralladura de los cítricos con el azúcar, frotando bien. Ayuda a que salga más olor y se ha convertido en una manía, pero podéis echar la piel cuando más rabia os dé. 
Bien. Hemos quedado en que se añade el azúcar y luego la ralladura, la levadura, el aceite, el zumo, el anís y 10 gramos de anís molido si lo tenemos. 

Se mezcla con las manos hasta que no queden grumos y después se agrega la harina. Poco a poco 500 gramos y de ahí un poco para arriba (depende del grado de absorción de líquidos de la harina usada), hasta que la masa esté espesa y te duelan los brazos. 
Está lista cuando con las manos limpias, secas y después enharinadas puedes coger pedazos de masa y hacer bolitas. 
Se espolvorea con harina una fuente grande y plana o a falta de ella, la encimera. Se van haciendo bolitas con las manos y se colocan sobre la superficie lisa. Como son blanduchas se quedarán aplastadillas pero es lo normal. 

En el vídeo del programa de Robin Food podéis ver cómo hay que hacerlas, la consistencia necesaria de la masa y el proceso de formación de la rosquilla. Porque yo me explico muy mal y encima no tengo fotos de ello. No se pueden tener las manos enfangadas y sacar fotografías a la vez.
Con las bolitas preparadas, se calienta bien de aceite en un cazo. Efectivamente, es un cazo o cazuela, no una sartén. Se necesita altura y total, como vamos un poco de amateurs no vamos a poder freír más de una rosquilla a la vez, así que con un cazo mediano vamos que chutamos.
El aceite caliente pero no demasiado, porque si no, puede que se nos hagan bien las rosquillas por fuera pero queden crudas por dentro. Mejor fuego medio y más paciencia.
Las rosquillas se pueden hacer dobles o simples. Dependiendo del tamaño de las bolitas que hayáis hecho, si elegís dobles puede que con una tengáis para desayunar, comer y cenar, ya que crecen mucho al freírlas. 
Se juntan dos bolitas por el lado que no estaba en contacto con la harina, se aprietan un poco y con la punta de los dedos se hace un agujero en el medio. Se echa la rosquilla en el aceite con una mano y el palo en la otra.

Al principio se irá al fondo, pero enseguida volverá a salir a la superficie. Es entonces cuando se mete la punta del palo en el agujero y se gira para que éste no se cierre. Al poco, y con ayuda también del palo o de una espumadera, se de la vuelta a la rosquilla y se vuelve a girar sobre sí misma para que se termine de hacer. 
Se saca y se reboza en azúcar mientras esté caliente, para que éste se pegue bien. Las rosquillas "tontas" son simples, y las "listas" con azúcar. Anda que no saben nada en los pueblos.

Chimpún. No creo que os duren mucho, pero en el inverosímil caso de que así sea, es recomendable consumirlas en tres días, para que no se pongan duras. 
Viva la Vitoria, el palo y las buenas amigas, ésas que imprevistamente conoces a través de una pantalla de ordenador.