En la deprimida Francfort de primera mitad del siglo XVIII, un judío llamado Amchel Moses Bauer, compaginaba su humilde trabajo de orfebre con el de cambista. Parece ser que el Amchel Moses fue desde pequeño un águila para los negocios, por lo que fue progresivamente decantando su deriva profesional al terreno de lo financiero, hasta terminar desdeñando su primigenia manual profesión y abrir una pequeña tiendecita de préstamos, presidida por un cartel con un águila dentro de un escudo rojo.
La progresión del negocio fue espectacular, hasta el punto de que “la tienda del escudo rojo”, (Rothschild en alemán), cobró una fama inusitada en toda Alemania, sobre todo tras la incorporación al negocio familiar del primogénito, el joven Mayer Amchel, que incluso en una técnica de marketing extraordinaria, (aunque algunos no lo crean, en este campo hubo vida antes de Don Manuel Vizcaíno), introdujo la palabra Rothschild en su apellido. Qué importancia no tendría este tal Mayer Amchel Rothschild, que su efigie está reflejada en el billete de 500 shekels, (el de más valor en Israel), como homenaje a la influencia de la familia en el sionismo.
Doscientos años antes de que el sagrado Escudo Rojo Sevillista invadiese Europa a golpe de títulos, el escudo rojo judeo alemán de los Rothschild se expandió principalmente en los centros económicos y financieros de las más relevantes urbes del momento, (Londres, París, Viena...), siendo los auténticos amos de las finanzas europeas, (aunque algunos no lo crean, en este campo hubo vida alemana antes de Angela Merkel). Fueron el motor de obras como el Canal de Suez y el Ferrocarril del Norte, financiaron las guerras de Prusia y sus redes de araña se tejieron hasta el infinito y más allá incluso hasta llegar al comercio de las piedras preciosas de la India o al incipiente mercado del petróleo de Bakú. Sin embargo, su principal negocio seguía siendo la banca, sobre todo en Francia, donde se convirtieron en el principal grupo financiero asesorando a egregios elitistas de la sociedad gala.
Sin embargo la insurrección comunista que estalló en marzo de 1.871 en la capital, (la famosa Comuna de París de dos meses de duración), hizo tambalearse un tiempo los aparentemente sólidos cimientos financieros gabachos, hasta el punto que un potentado francés, inquieto por la situación de su inversión en bonos del Estado, transmitió su inquietud a su asesor. El Barón Rothschild, lejos de preocuparse, le instó a comprar más deuda pública con una frase que ha llegado hasta nuestros días: "Gracias a que todavía hay sangre en las calles puedes comprarlos con un descuento del 50%". Como no podía ser de otra forma, el francés con los años se hizo de oro. En todas las escuelas de negocios del S.XXI todavía se dice eso de “compra mientras haya sangre en las calles”, como lo muestran los movimientos especulativos con los que nos despertamos todos los días, (aunque algunos no lo crean, lo que está pasando con los tiburones, especuladores, la deuda española, Bankia y demás historias para no dormir, es una muestra más de lo cíclica que es la historia).
Como todos saben, la situación del fútbol español es caótica. Con un número ingente de equipos en situación de concurso, con otros que aunque no lo están pero que acarrean balances terroríficos y con todos pendientes de que no estalle la burbuja televisiva, tenemos un mercado miedoso que se mueve poco y donde al final muchos se verán obligados a dar duros por cuatro pesetas. Si a ello le sumas el sorpresón del descenso del Villarreal, donde la columna vertebral tendrá que salir íntegra, (Diego López, Bruno, Cani, Borja, Nilmar), propicia que el caladero donde pescar sea lo suficientemente amplio como para poder firmar cosas interesantes a precio de saldo.
Evidentemente nosotros somos parte del problema. Pero una parte menor, ya que la economía del Sevilla presenta unos números bastante potables en relación con el entorno en el que nos movemos, reflejando incluso saldo positivo en forma de fondos propios. Este hecho, que en ocasiones sirve de cachondeo para algunos, demuestra una preocupante ignorancia ya que los fondos propios no son más que una especie de hucha que tiene la sociedad. Y que en esta época de tiesura general haya algún dinerillo ahorrado no me dirán que no es positivo. Digo yo, vamos. A ello hay que unirle la circunstancia de que el gasto corriente en fichas Top (principal problema de la contabilidad sevillista) va a ser drásticamente recortado tras las salidas, unas ya consumadas, otras inevitables, de los que más cobran (Kanouté, Escudé, Romaric, Palop...)
En este punto, y contrariamente a cierto sentir que denoto en parte de la afición, mi ilusión por el equipo a conformar y por el devenir de la institución es máxima. El necesario paso atrás pleno de cordura y sensatez, y amoldándose a la actual situación que se puso de manifiesto en la rueda de prensa del Presidente, me gustó sobremanera. Y qué decir de la Dirección Deportiva. Tras unos años donde Monchi parecía que, en plan Nerón, se había puesto el camisón blanco de las grandes galas, cogido la lira y se había puesto a cantar, (a ritmo de tres por cuatro), su particular Lliupersis mientras que se “deleitaba” viendo como el fuego devastaba un equipo campeón, me da en la nariz que ha mandado el camisón y la lira a tomar viento, se ha puesto manos a la obra, y cual Rotschild palangana, ha olido la sangre. Empezando por los interesantes Hervás y Rabello y continuando por el cambio generacional obligado en la portería, con el fichaje de un portero magnífico como Diego López por un precio de ganga.
Soy de los que piensa que en los momentos de zozobra, (como el que vive el sevillismo), la diferencia entre el mediocre y el crack estriba en que estos últimos son los que realmente saben reinventarse y dar una vuelta de tuerca a una situación que se vuelve compleja. Cuando las cañas tornan en lanzas es donde se distingue al capacitado del que no lo está. Y yo que, obligado entre otras cosas por las vitrinas, siempre he tenido en alta estima intelectual y profesional a Don José Mª del Nido y a Don Ramón Rodríguez, lo que veo en estos momentos difíciles, me gusta, reconforta e ilusiona. Por otro lado, las crisis, lejos de ser un paño de lágrimas que cubra todo cual excusa barata, es el momento oportuno para saber reinventarse, para virar hacia un nuevo camino y para saber quienes somos, de donde venimos y adonde vamos. Imagino que habrán leído ese manifiesto que pulula por la red y que se le atribuye a Einstein sobre las posibilidades de las crisis, (si no lo han hecho, es aconsejable para aquellos que gustamos de ver el vaso medio lleno por sistema).
Sin personalizar ni ser hiriente, sí resultó lo suficientemente diabólico para la entidad la llevanza hasta el extremo del Principio de Peter (ese que afirma que las personas que realizan bien su trabajo son promocionadas a puestos de mayor responsabilidad, hasta que alcanzan su nivel de incompetencia) como para saber cuáles fueron los errores y porqué no hay que volver a cometerlos. Y saber que, aquí y ahora, partimos de una base sólida económica, que contamos con mimbres en plantilla, presidencia y dirección deportiva, que la pasión de la afición del Sevilla es algo absolutamente impresionante y que, por tanto, en la parrilla de salida estamos mejor posicionados que nuestros competidores en todos los aspectos. Ilusión, trabajo y sevillismo no va a faltar por parte de todos.
A trabajar, a reinventarse y a aprovecharse de la crisis.
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